Numancia

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Numancia es el nombre de una desaparecida población de la Península Ibérica, cuyos restos están situados a 7 km al norte de la actual ciudad de Soria, sobre el cerro de la Muela de la localidad de Garray.

Historia

Cruce de calles en las ruinas de Numancia

No está muy claro si es una ciudad que pertenecía al pueblo de los Pelendones o de los Arévacos. En este sentido, Plinio afirma que es una ciudad pelendona, aunque otros autores, como Estrabón y Ptolomeo la sitúan entre los arévacos. Las principales conjeturas respecto a esta cuestión radican en el origen histórico de la llegada de ambos pueblos al actual suelo español; los arévacos llegaron a la península posteriormente a los pelendones, y los desplazaron hasta el norte de Soria, no quedando claro cual de ambos fue el auténtico precursor de Numancia.

La principal fuente de datos sobre la antigua vida en Numancia proviene de la arqueología, puesto que apenas subsisten restos escritos sobre la vida cotidiana de sus habitantes.

Su ubicación geográfica se sitúa en el cerro de la Muela de Garray, en la confluencia del Duero y el Tera. Era una ciudad celtíbera, y pervivió tras la conquista de Roma como ciudad hispanoromana.

Su primera ocupación data del Calcolítico, a comienzos de la Edad del Bronce, (entre el 800 adC|800-700 adC). Perduraría un asentamiento de la cultura castreña de la Edad del Hierro hasta el siglo IV adC.

Tras ser arrasada por Roma, la ciudad no estuvo mucho tiempo sin ser ocupada, encontrándose restos de poblamiento pertenecientes al siglo I adC. Esta época se caracteriza por un urbanismo bastante regular, aunque sin grandes edificios públicos. En el siglo III comienza su decadencia, (aunque se han encontrado restos romanos del siglo IV).

Se cree que posteriormente pudo haber sido ocupada por visigodos, por haberse encontrado restos del siglo VI.

Economía

Calle de la Numancia romana, con una de las domus.

Se cree que durante su ocupación prerromana su principal fuente económica era la ganadería. Hay constancia de pagos a otros pueblos e incluso a Roma por medio de pieles de buey o de capas de lana (sagum) en grandes cantidades.

La carne y la leche fueron los alimentos básicos de su dieta, infiriéndose esto último por diversas representaciones cerámicas, las cuales demuestran que los animales más importantes fueron el conejo, el buey, la cabra y la oveja.

La agricultura no fue una actividad muy importante en la estructura comercial de los numantinos. A fin de suplantar esta y otras carencias, se sabe que mantuvieron realciones comerciales con diversos pueblos cercanos a fin de adquirir productos de primera necesidad. Entre estos últimos, se cuentan especialmente los vacceos, que les procuraban trigo y otros cereales, motivo por el cual los romanos quemaron los campos de cereal de los vacceos para propiciar el aislamiento de Numancia y su posterior asedio.

No obstante lo anterior, se tienen registros de la fabricación de una cerveza propia, denominada caelia, muy popular entre los habitantes de la ciudad.

Religión

Compartían las mismas creencias que el resto de los pueblos de la Celtiberia.

Como detalle particular de su culto religioso, se encuentran sus rituales funerarios, durante los cuales exponían al aire libre los cuerpos de los guerreros caídos en el campo de batalla, con el objetivo de ser comidos por los buitres. Esto se muestra en la cerámica numantina, donde se exhibe toda una iconografía funeraria y de lucha que ha sido muy útil para los historiadores y arqueólogos.

Conquista y Asedio de Numancia

El sometimiento de los pueblos de la península al Imperio romano, tenía sus excepciones. Pueblos como los arévacos, vacceos, tittos, bellos o lusitanos en una fase intermedia de la conquista, pusieron mucha resistencia, y ciudades como Numancia y Termancia (Tiermes), llegaron a mandar a Roma embajadas para tratar con el Senado romano.

El cónsul Quinto Cecilio Metelo, el Macedónico, que había conquistado y sometido gran parte de la península, conquistó gran parte de las ciudades de los arévacos, vacceos y pelendones, pero se le resistieron Numancia y Tiermes. Fue sustituido por Quinto Pompeyo quien llegó celoso de la gloria de Servilio Cepión por poner término a la insurrección acaudillada por Viriato. Pero tampoco consiguió someter a las dos ciudades celtíberas.

El año 153 adC, los habitantes de Segeda, ciudad comarcana que habían combatido a las órdenes de Viriato en el país de los arevacos, dilataba el envío de soldados para servir en el ejército romano, se negaba a pagar impuestos al tiempo que se fortificaba iniciando la construcción de una nueva muralla, hizo frente a las legiones consulares de Fulvio Nobilior, quien dejó 6000 hombres en la batalla siendo obligado a huir hasta que la caballería romana que iba a retaguardia convirtió en derrota el anterior triunfo, en la que murió Caro el jefe de los arevacos.

Los arévacos supervivientes se reunieron en Numancia y decidieron continuar las hostilidades. Tres días después, Fulvio Nobilior, se presentó a las puertas de Numancia con un ejército en cuya primera línea formaban 10 elefantes y 500 jinetes númidas que Masinisa le había enviado desde África.

Primera batalla de Numancia

Los numantinos y sus caballos se asustaron por los elefantes y corrían a refugiarse en su ciudad hasta que una pedrada hirió a un elefante que, entrando en furor se revolvió contra los legionarios, siendo imitado por los restantes. Su ataque causó numerosas víctimas entre los propios asaltantes. El ataque que siguió a continuación a los desbandados romanos, hizo que las víctimas se fijaran en 4000 romanos y 2000 entre los numantinos. Además, fueron capaces de matar a 3 elefantes.

Fulvio Nobilior no quiso intentar nada más e invernó en su campamento con escasez de víveres y recibiendo continuos asaltos de los numantinos.

Llegada la primavera de 152 adC, Quinto Pompeyo relevó a Nobilior por el cónsul Claudio Marcelo, que llegó con 500 caballos y 8000 infantes. Estos debían ser reclutados por sorteo ante la general negativa de la ciudadanía romana de alistarse para combatir en Iberia.

Primer sitio de Numancia

El pretor Quinto Pompeyo tenía 30.000 soldados y 2.000 caballos que fue perdiendo en las numerosas emboscadas hasta que cansado, dirigió sus tropas contra Termancia (Tiermes) y tornó a hostilizar a Numancia desviando por el llano un río, que podía ser el Tera, para sitiar a la ciudad por hambre. Los numantinos a cuyo mando estaba Megara, no solamente lo evitaron sino que volvieron a causarle numerosas pérdidas. Trató de terminar la guerra intercambiando rehenes, prisioneros y desertores y recibió de los numantinos cierta cantidad de dinero. En definitiva, pactó con ellos.

Al ser sustituido por Marco Popilio Lenas, el pacto fue anulado por el Senado de Roma, que lo consideró vergonzoso, y se decidió seguir la guerra.

A Popilio le sustituyó Cayo Hostilio Mancino, cuyo fracaso fue superior a los anteriores puesto que cuantas veces como peleó con los numantinos, fue vencido. Fue encerrado en su campamento y, bajo amenaza de muerte para todo su ejército, aceptó la paz. Los numantinos se limitaron a desarmar al ejército romano a cambio de la paz. Fue llamado a Roma con los embajadores numantinos que como nación bárbara acampaban a las afueras de la ciudad.

En sustitución de Mancino fue enviado a Iberia el cónsul Marco Emilio Lépido, que al ser derrotado en Numancia, decidió seguir hasta la zona de los vacceos y sitió Pallantia (la actual Palencia o Palenzuela), donde, tras cuatros años de ataques, también fracasó. Pero arrasaron los campos de cereal vacceos para evitar que se suministrara a Numancia. Tras diversas batallas, Mancino firma la paz, pero es desautorizado por el senado de Roma que la considera deshonrosa. Como castigo, es humillado por los propios romanos ante las murallas numantinas llegando a ser ofrecido a los numantinos para que hagan con él lo que quieran; lo dejaron desnudo con las manos atadas a la espalda. Los numantinos se quedaron sorprendidos ante la acción romana pero al negarse los numantinos a recibirle estuvo así hasta la noche.

Estos 18 años de lucha con concesiones y dilaciones, hizo que quedara finalmente como uno de los baluartes hostiles a Roma.

Preparativos para el último sitio a Numancia

Archivo:Scipio.jpg
Imagen de Escipión el Africano

Este cúmulo de humillaciones decidió a Roma, en el año 134 adC el envío de su mejor soldado, el vencedor de Cartago, Publio Cornelio Escipión Emiliano; apodado en ese momento el Africano.

La primera dificultad que se ofreció en Roma para designar a Escipión como jefe del ejército sitiador de Numancia, escribe Mélida, fue que no tenía el tiempo prescrito para el consulado, pero el Senado, dice Apiano, decretó que los tribunos volviesen a derogar la ley en cuanto al tiempo, como habían hecho en la guerra de Cartago, y quedase en vigor para el año siguiente. El prestigio de tal general hizo que quisieran alistarse a sus órdenes multitud de romanos; pero no lo consintió el Senado, pues Roma andaba empeñada en otras guerras.

Protestó por ello Escipión, que no hubiera querido hacer la guerra numantina con el ejército desmoralizado y vencido que le aguardaba en Iberia. Hubo de consentirle el Senado que juntase tropas mercenarias de otras ciudades y de otros reyes, escribe Apiano, que voluntariamente se le ofrecieron por conveniencia propia. Además con personas escogidas y fieles formó la llamada "cohorte de los amigos"

Pidió dinero; negóselo el Senado, consignándole solo ciertas rentas a la sazón no vencidas y, según Plutarco, contestó Escipión que "le bastaba el suyo y el de sus amigos". Tal fue el esfuerzo personal con que aquel experimentado soldado se aprestó a la empresa. Había reunido un cuerpo de ejército de 4000 hombres y encargado de conducirlos a Buteón, su sobrino, adelántandose él con unos pocos a Iberia, donde le aguardaban fuerzas más numerosas. Así que llegó, tuvo que luchar con sus ejército antes que con los numantinos, pues como ya esperaba, lo encontró sumido en tal estado de indisciplina, superstición y molicie, que debió comprobar de donde venía tan repetido desastre y vergüenza como hasta entonces se había registrado en la guerra celtibérica.

Plutarco refiere algunos episodios elocuentes. "Un día da con las acémilas de un tribuno militar llamado Menimio, cargadas de vasos thericleos y adornados con piedras preciosas" y le dijo: -Tal como eres, te has hecho inútil para mí y para la patria por treinta días; pero para ti mismo para toda la vida. Halla otro "que lucia un escudo profusamente decorado", y le reprende con esta sentencia: -Hermoso es por cierto, joven, el escudo; mas sienta mejor a un romano poner su confianza en la diestra que en la siniestra. Vio que en las marchas utilizaban los infantes caballerías, y exclamó: -¿Qué se ha de esperar en la guerra de hombre que no puede andar a pie? Los soldados cada vez más indolentes se enriquecen con la venta de los botines de guerra a los mercaderes asentados junto a los campamentos romanos. Escipión desterró, dice Apiano, a todos los mercaderes, rameras, adivinos y agoreros, a quienes los soldados consternados en tantos infortunios daban demasiado crédito; expulsó a los criados, vendió carros, equipajes y acémilas, conservando las puramente necesarias; prohibió ir en bestia en las marchas.

A nadie permitió, escribe Apiano, tener más ajuar para comer que un asador, una olla de bronce y un vaso. Prescribió que las comidas fuesen de carne asada o cocida. Vedó las camas, y él era el primero que dormía sobre una estera. Escribe Apiano: Para que ninguno se desmandase en las marchas, como antes, caminaba siempre un escuadrón cuadrado, sin ser permitido a nadie cambiar el puesto que se le había dado. Durante la marcha, recorría muchas veces la retaguardia; había de echar pie a tierra a los de a caballo, y en su lugar ponía a los enfermos, y lo que fatigaba demasiado a las bestias, lo distribuía entre los de a pie. Si hacía alto, ponía de centinela alrededor del campo a los mismos que aquel día habían servido de batidores durante la marcha, y hacía que otro escuadrón de caballería batiese la campaña.

Durante este periodo de prácticas y reforma de su ejército, Escipión no tuvo con los numantinos más que ligeras escaramuzas, las bastantes para darse a conocer entre ellos. Hizo todo lo que referido queda, diciendo y repitiendo: -Los generales austeros y rígidos son muy útiles a los suyos, y los suaves y liberales traen mucha cuenta a los contrarios, porque las tropas de estos, aunque alegres, no saben obedecer, y las de aquellos, aunque adustas, están obedientes y prontas para todo.

Cuando tuvo moralizado a su ejército, sumiso y hecho al trabajo y a la fatiga, trasladó su campo cerca de Numancia, cuidando de no dividir sus fuerzas, como hicieron otros, ni de batirse sin antes explorar. -Es un disparate -decía- aventurarse por cosas leves. Es imprudente el capitán que entra en acción sin necesidad, así como aquel otro es excelente que se arriesga cuando lo pide el caso: así es que los médicos no usan sajaduras ni cauterios antes de las medicinas.

El último ataque

Cauto y sagaz, Escipión concibió el plan de guerra de reducir, cercar y sitiar a los numantinos, hasta que faltos de fuerza se rindieran. Así, para quitarles apoyo y favor de otros pueblos, se dirigió primeramente contra los vácceos a quienes los numantinos compraban víveres, taló sus campos, recogió lo que pudo para manutención de sus tropas y amontonando lo demás, le puso fuego. Como hostilizaran los pallantinos de Complanio a los forrajeadores romanos, mandó para rechazarlos a Rutilio Rufo, tribuno entonces y escritor de estos hechos, dice Apiano; y cubriendo la retirada el mismo Escipión, pudo salvarlo con su caballería.

Vino por fin a invernar frente a Numancia y para cercarlas construyó siete campamentos que el profesor Schulten, ha logrado descubrir. Según Apiano, Escipión no hizo caso de las frecuentes salidas con que ellos le provocaban y cercó la ciudad con siete fuertes, un foso y un vallado que tenía de contorno más del doble que tenía aquella (50 estadios, dice en otro lugar, de circunferencia, la cual era de 24 estadios; el estadio mide 185 metros).

Todavía hizo otro foso por encima del primero y fortificado con estacas, fabricó un muro de ocho pies de ancho y diez de alto, sin almenas, sobre el cual construyó todo alrededor de unas torres a un plethron (30,85 metros) de distancia unas de otras, y no pudiendo echar un puente sobre el río Duero, por donde los sitiados recibían tropas y víveres, levantó dos fuertes y atando con maromas, desde el uno al otro, unas vigas largas, las tendió sobre la anchura del río... "En estas vigas, añade el historiador, había clavado espesos chuzos y saetas, las cuales, dando vueltas siempre con la corriente, a nadie dejaban pasar, ni a nado, ni buceando, ni en barco, sin ser visto.

Situó en las torres catapultas, ballestas y otras máquinas; aprovisionó las almenas de piedras y dardos; guarneció los fuertes de flecheros y honderos, y habiendo reunido un ejército de sesenta mil hombres, en el que se contaban gentes del país, mas los flecheros y honderos correspondientes a doce elefantes (que jugaban como torres móviles), que trajo Yugurta, destinó la mitad de las fuerzas para guardar el muro, preparó veinte mil hombres para las salidas que fueren necesarias y dejó de reserva otros diez mil. Dio Escipión el mando de un campamento a su hermano Máximo y el tomó el de otro, y todos los días y noches recorría por sí mismo la circunferencia con que tenía cercada la ciudad; siendo él, en concepto de Apiano, el primero que tal hizo con gentes que no rehusaban la pelea.

Con estos datos históricos y haciendo aplicación de ellos en un concienzudo estudio topográfico del terreno que rodea el cerro de Numancia, logró descubrir en cinco años el profesor de Historia de la Universidad de Erlangen, D Adolfo Schulten, los restos de dichas fortificaciones y los siete campamentos o fuertes de Apiano, presentándolos al Instituto Arqueológico de Berlin. (1880) La primera conclusión que sacó de sus descubrimientos es que los campamentos de Escipión no fueron obras de barro y madera como los construidos por César ante Alesia en la Galia, sino construcciones de piedra como las del tiempo del Imperio.

El más importante de estos campamentos y también el que ocupa posición más eminente es el de Peña Redonda, que está en un alto, en el avance de una sierra, al Sur, Sudeste del cerro de Numancia, separado de él por el riachuelo Merdancho. Siguen por el Este las fortificaciones de Peñas Altas, consistentes principalmente en una ancha muralla, que posiblemente unió con una torre cuadrada de gruesa fábrica, lo cual es verosímil sirviera para instalar una catapulta, que por lo próxima a Numancia debió hacerle mucho daño.

Al pie de ésta, en una pequeña meseta llamada Saledilla, halló el Dr. Schulten huellas del incendio de la ciudad, de donde se deduce que debió existir un arrabal de la misma, que solo dista del baluarte de la catapulta 150 metros. Siguiendo hacie el NE. desde Peñas Altas se encuentra otra eminencia, Valdevorrón, donde la existencia de un antiguo canal de desagüe indicó al explorador la existencia de un campamento, cuyos restos, escasos, pudo encontrar.

Según Apiano, solo Retógenes el Caraunio, con algunos compañeros y algo de caballería, pudo burlar este cerco para pedir ayuda a las ciudades vecinas, de las que únicamente Lutia se mostró dispuesta a socorrer a la ciudad, lo que acarreó una terrible venganza de Escipión sobre los lutiakos.

Tras quince meses de asedio la ciudad cayó, vencida por el hambre, en el verano del 133 adC. Sus habitantes prefirieron el suicidio a entregarse. Incendiaron la ciudad para que no cayera en manos de los romanos. Los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos. Escipión renunció a su título de el Africano, y asumió el de Numantino.

Escipión regresó a Roma y allí celebró su triunfo desfilando por las calles con cincuenta de los numantinos capturados. Para entonces, Numancia ya se había convertido en leyenda.

Situación de los campamentos

Los siete campamentos de Escipión en el cerco a Numancia

Cuando a finales del año 134 a.C. Escipión se plantó ante Numancia, lo hizo con una idea ya concebida; tomaría la ciudad por bloqueo y no por asalto. Esto le llevó a ordenar la construcción de sólidos vallados que formaron una línea continua en torno a las murallas. Para cerrar los 4000 metros se necesitaron un total de 16000 estacas, calculando unas 4 estacas por metro. A estas había que añadir otros postes para entrelazar la empalizada. En total unas 36000 estacas que fueron transportadas por 20000 hombres. Cuando, por fín, estuvo preparada la defensa, los soldados pudieron trabajar con mayor tranquilidad en el levantamiento de la muralla y foso, que en total medía unos 9000 metros. Aún hoy es posible distinguir restos de aquellos campamentos romanos.

Disposición de los campamentos

Descripción de los campamentos, en sentido de las agujas del reloj. El primer campamento (para mejor localización) estaba en la margen izquierda del río Tera.

1º campamento: Castillejo

Desde aquí dirigió Escipión el sitio. Para la construcción se aprovecharon cimientos anteriores. Esta posición era estratégica, por abarcar toda la circunvalación y por estar bien defendida por abruptas pendientes. Asimismo, el fuerte estaba orientado hacia el sol naciente de octubre, lo que indica que fue levantado en esa época. De muros sólidos, de entre las ruinas del pretorio, aún es posible distinguir una fila de habitaciones y parte de una cocina con dos hogares, construidos en el exterior para evitar incendios. Se calcula que este cuartel podía acoger a 5000 soldados, aunque se cree que nunca hubo allí más de 2500 hombres. Además, sorprende lo angosto de las estructuras y el hallazgo de piezas de metal precioso.

2º campamento: Travesadas

De este acuartelamiento, con la misma estructura básica que el de Castillejo y Peñarredonda, se han conservado restos de los cuarteles, al parecer destinadas a las tropas itálicas. La superficie total del campamento puede haber sido de unas cuatro hectáreas, una porción de terreno relativamente pequeña si se la compara con otras construcciones de características similares. Como en los otros casos, aquí también existe una puerta pretoria, la cual estuvo protegida, desde el interior del recinto, por dos torres de formidables proporciones. En cuanto a los restos allí hallados, son de poca cunatía. Tan sólo la punta de una flecha de catapulta, un puñal y una moneda.

3º campamento: Castillo ribereño de molino/Valdevortón

Parece que el general Escipión mandó levantar dos castillos para cortar el curso del río Duero. Restos de una de estas construcciones han aparecido junto a un viejo molino. limitado por el río y por dos pequeños barrancos que se abren a cada uno de los lados, se alza sobre una terraza fluvial. A pesar de los trabajos agrícolas realizados en la zona, una capa de humus de más de un metro de grosor ha permitido conservar importantes restos. Los 400 hombres que formaron la guarnición, además de atender al río, tenían que cubrir también los desfiladeros del río y las colinas por la que los numantinos, después de atravesar el río Merdancho, podrían atacar facilmente.

4º campamento: Peñarredonda

Enclavado entre las lomas que se deslizan hacia el río Merdancho y las propias ruinas numantinas, la panorámica que se divisa desde allí es muy amplia. Desde el punto de vista militar, la elevada posición permitía dominar toda la ladera meridional de Numancia y controlar los movimientos del enemigo. También era el campamento más expuesto a las embestidas de los numantinos, por lo que tenía defensas reforzadas con respecto al resto. Defendido por una muralla de cuatro metros de espesor, de la que aún se conservan restos, y de un escarpado barranco, en este campamento son fáciles de identificar las vías praetoria -une la puerta pretoria con el pretorio-, principalis y decumana, así llamada por desembocar en la puerta de igual nombre.

5º campamento: Raza

Esta fortificación, que defendía las alturas entre el río Duero y Peñarredonda, aún se distingue por los restos de unos 300 metros de lo que fue una aparentemente sólida muralla. El campamento pudo tener una extensión de seis hectáreas. Se puede deducir que en este lugar se alojaron tropas ibéricas en rústicas cabañas de ramaje.

6º campamento: Dehesillas

Este nombre procede de La Dehesa. éste fuel el mayor campamento que Escipión levantó, siendo el único que conserva el arranque de muralla por ambos lados. Por el lado occidental, un vaciado de unos seis metros de amplitud indica el lugar en el que, probablemente, estuvo la puerta decumana.

7º campamento: Alto Real

Los lugareños llaman Alto Real a la meseta próxima a las ruinas y cuya base baña el río Duero. Dada la ubicación del promontorio se podía presumir que aquí los romanos levantaron una fortificación que dominó todo el valle del río... y en efecto, se han hallado claras huellas del campamento, especialmente vasos romanos, incluida una ánfora. Muy trabajada por labores agrícolas de siglos, lo que no ha sido posible hallas han sido sólidas estructuras a la manera romana, por lo que se han relacionado las irregulares construcciones descubiertas con habitaciones de tropas auxiliares ibéricas. De haber estado ocupado toda la colina, el acuartelamiento pudo tener una extensión de unas ocho hectáreas.

Reconocimientos históricos

La actitud de los numantinos impresionó tanto a Roma que los propios escritores romanos ensalzaron su resistencia, como Plinio o Floro, convirtiéndola en un mito, que se unió a los de otras ciudades y pueblos de la península que lucharon hasta el final, como Calagurris, Estepa o las ciudades cántabras, entre otras.

Esta lucha ha dejado huella en la lengua española, que acoge el adjetivo "numantino" con el significado: "Que resiste con tenacidad hasta el límite, a menudo en condiciones precarias", según la Real Academia de la Lengua.

Miguel de Cervantes dramatizó el hecho histórico del famoso asedi a la ciudad en su tragedia El cerco de Numancia, escrita y representada hacia 1585.

Durante la invasión francesa se reavivó el mito numantino al establecerse un claro pararelismo entre la resistencia celtíbera y la española.

El yacimiento es declarado Monumento Nacional por Real Orden de 25 de agosto de 1882; por lo que gozó de la protección del Estado y la Comisión de Monumentos de Soria.

El pintor Alejo Vera realizó en 1881 el cuadro Los últimos días de Numancia; en 1886 se colocó un obelisco en recuerdo de los numantinos por el 2º Batallón del Regimiento de San Marcial.

A comienzos del siglo XX, en el reinado de Alfonso XIII, se volvió a prestar interés a Numancia.

En recuerdo a la ciudad hispana, se ha dado el nombre Numancia a una ciudad en Aklan, Filipinas, al Club Deportivo Numancia de Soria, a varios barcos y a unidades militares. En 1936, durante la Guerra Civil Española, un regimiento llamado Numancia tomó el pueblo toledano de Azaña, y le cambió el nombre por el actual de Numancia de la Sagra.

Arqueología

El tiempo borró de la memoria la situación geográfica de Numancia y su emplazamiento solo se podía adivinar, de forma poco aproximada, por los escritos que habían dejado los romanos. Algunas teorías la ubicaban en Zamora hasta 1860, cuando Eduardo Saavedra descubrió el emplazamiento real de las ruinas de la ciudad. Los emplazamientos de los campamentos romanos alrededor de la ciudad fueron establecidos por Adolf Schulten. Las excavaciones arqueológicas regulares del lugar comenzaron en el año 1906 y continúan 100 años después, con un equipo de investigadores bajo la dirección científica de Alfredo Jimeno.

Numancia en la actualidad

En la actualidad, Numancia es un yacimiento arqueológico de la provincia de Soria, declarado Bien de Interés Cultural incoado desde el 25 de agosto de 1882 y declarado el 29 de agosto de 1882.

Este yacimiento es excavado en la actualidad, por un grupo de arqueólogos de la Universidad Complutense de Madrid bajo la dirección de Alfredo Jimeno, mediante fondos de la Junta de Castilla y León. Cada verano se realiza una campaña en el yacimiento que abarca los meses de julio y agosto, y posteriormente, los restos arqueológicos son analizados en los laboratorios de dicha universidad.

Desde 2003 se llevan realizando los trabajos de excavación en la Manzana XXIII. El proyecto actual pretende subsanar las dudas arqueológicas existentes en el yacimiento, en torno a los espacios domésticos, puesto que las otras manzanas fueron excavadas, por Schulten, Melida, Taracena, y otros arqueólogos de finales del s. XIX y principios del s. XX, los cuales no usaban metodología arqueológica de documentación exhaustiva de localización e didentificación de los espacios.

Numancia en las artes

Bibliografía

Enlaces externos

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