Gottfried Schloesser
Gottfried Schloesser (s. XVII) fue un arquitecto bávaro nacido en la ciudad de Münich
Habiendo leído en su juventud los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio que enumera en su introducción los conocimientos que debe poseer el arquitecto, y teniendo la firme voluntad de dominar este arte, dedicó el resto de su vida a aprender y acumular todas las diferentes materias necesarias para su correcto ejercicio.
Vitruvio escribe: “Conviene, pues, que el arquitecto sea letrado en el dibujo y traça, y que sea entendido en la geometría y que no ignore la perspectiva, y que sea instruido y enseñado en la aritmética, y que haya visto muchas historias, y que haya oído a los filósofos con diligencia, y que sepa música, y que no sea ignorante en la medicina, y que conozca las respuestas de los letrados y que sea astrólogo y conozca los movimientos y razones del cielo”.
Siguiendo al pie de la letra estos preceptos, se dedicó al estudio de la medicina, y la influencia de los vapores, emanaciones y miasmas en la salud, y la importancia de los vientos saludables y perniciosos para la ubicación de los edificios, así como las consecuencias del éter y el vacío. La medicina exigía también familiarizarse con los humores que determinan el carácter de los hombres: la linfa, la flema, la bilis negra y la bilis amarilla.
Investigó también las repercusiones sobre los hombres de las aguas vivas y estancadas, las corrientes telúricas y los lugares de manantiales termales. Todo esto le llevó a interesarse por la hidráulica y el movimiento de los fluidos. Y de aquí pasó a estudiar los estados de la materia: lo viscoso, lo sólido y lo aéreo.
Dominar la geometría, la perspectiva, el dibujo y las trazas implicaba conocer la agrimensura, las relaciones proporcionales, la trigonometría, el número de oro, el triángulo egipcio, las series modulares y de Fibonacci, el pitipié y las escalas. Suponía a su vez profundizar en las propiedades y características de los cinco cuerpos platónicos (los Kala Skemata): el cubo, el icosaedro, el dodecaedro, el tetraedro y el octaedro. La esfera y su sentido metafísico de perfección, constituía por sí sola, todo un amplio espectro de este saber. Por supuesto no podía olvidarse de la espiral y el laberinto.
La aritmética estaba vinculada, por una parte, con las dimensiones y el cálculo, y por otra, con el contenido pitagórico y cabalístico de los algoritmos. Lo que a su vez la relacionaba con las series numéricas armónicas. Y de este modo se llegaba, inevitablemente, al estudio de la música, el ritmo, la composición, los tonos, las escalas y las voces.
Interesarse por la astronomía y los movimientos y razones del cielo suponía indagar los influjos de los astros, los planetas, la luna y las constelaciones. Por consiguiente, debía dominar los horóscopos y los signos del zodiaco que nos señalan las fechas y condiciones propicias para iniciar una obra según los distintos calendarios: egipcio, griego, romano, cristiano, judío y musulmán, descubriendo el sentido oculto de los epiciclos y rotaciones de las esferas cósmicas que producen la sutil música celestial. Un lugar singular en este campo lo tenía el sol, origen de todo. Y por lo tanto, era necesario estudiar su influjo en las estaciones, la luz y la sombra, el calor y el fuego con su valor de regeneración y purificación.
Tal vez el papel fundamental en el equilibrio del universo lo representa la tierra, lo que llevaba al interés por la geología como una ciencia fundamental para el arquitecto. Necesitaba disponer de amplios conocimientos sobre el magnetismo y la orientación, sobre los cristales y las piedras preciosas con sus cualidades cabalísticas secretas. Tenía además que ser un experto en la manipulación de los elementos terrosos como la cal y el yeso, y saber transformar la acidez y salobridad de los suelos. Y esto, necesariamente, le conducía a la alquimia.
Por otro lado, la física era necesaria porque nos instruye sobre la tensión y el equilibrio, sobre la mecánica y la estática, sobre las relaciones de los cuerpos en el espacio, la materia, la masa y el peso, sobre la atracción y la gravedad, sobre el movimiento, el ímpetu y la inercia.
El estudio de las leyes nos permite distinguir los matices entre lo justo y lo legal, que está enlazado con las costumbres de los pueblos y las tradiciones, lo cual, a su vez, presupone el conocimiento de la historia y la filosofía que nos ayudan a buscar las razones de todas las cosas. Además, este saber es necesario, para interpretar correctamente las necesidades de los hombres y actuar con rigor, y presupone el conocimiento de la ética, la metafísica y la lógica, aspectos todos estos indispensables para obrar de acuerdo con la moral y la voluntad del comitente en las construcciones y proyectos.
A medida que avanzaba en la profundización de cada una de estas materias, se le abrían nuevos campos de interés que le conducían a otras materias nuevas, por lo que nunca se consideraba suficientemente preparado para el ejercicio profesional.
Así pues, nunca llegó a considerarse auténticamente formado como arquitecto. Ya anciano quedó sumido en una profunda apatía, e hizo colocar en su tumba el siguiente epitafio:
- “Aquí yace quien quiso y nunca logró ser arquitecto.
- Porque el arte de la arquitectura es de una tal vastedad que sólo es abarcable por los dioses o por los necios”.
No quiso que se añadiese ninguna otra inscripción, ni fechas, ni signos religiosos de ningún tipo.
Referencias
Referencias e información de imágenes pulsando en ellas. |
J. Calduch Cervera: 99 ADIS: Diccionario de Arquitectos Desconocidos, Ignorados y Silenciados, Papeles de Arquitectura S.L. ISBN 978-84-86828-42-4 |