Diferencia entre revisiones de «Historia urbana e historia obrera: reflexiones sobre la vida obrera y su inscripción en el espacio urbano, 1900-1950 (José Luis Oyon)»

m
Texto reemplazado: « » por « »
m (Texto reemplazado: «}}[[» por «}} [[»)
m (Texto reemplazado: « » por « »)
 
Línea 2: Línea 2:
===Introducción===  
===Introducción===  


Vamos a tratar de discutir sobre la relación entre ciudad y clase obrera, dos mundos próximos, casi identificados el uno con el otro. Es cierto que en la primera industrialización la fábrica fue ajena a veces a la ciudad y que la vida obrera estuvo también muy ligada a la mina, a la industria dispersa o al pequeño núcleo de población. Pero en la primera mitad del siglo XX quedó ya definitivamente consolidada en torno a la ciudad, la moderna clase trabajadora, masiva y definitivamente proletarizada. La ciudad, en especial la gran ciudad, la que Engels retrató como consustancial a la formación del proletariado industrial, fue ya casi sin excepción el escenario natural del mundo obrero, de sus luchas y de sus conquistas en pos de la emancipación y mejora de las condiciones de vida.  
Vamos a tratar de discutir sobre la relación entre ciudad y clase obrera, dos mundos próximos, casi identificados el uno con el otro. Es cierto que en la primera industrialización la fábrica fue ajena a veces a la ciudad y que la vida obrera estuvo también muy ligada a la mina, a la industria dispersa o al pequeño núcleo de población. Pero en la primera mitad del siglo XX quedó ya definitivamente consolidada en torno a la ciudad, la moderna clase trabajadora, masiva y definitivamente proletarizada. La ciudad, en especial la gran ciudad, la que Engels retrató como consustancial a la formación del proletariado industrial, fue ya casi sin excepción el escenario natural del mundo obrero, de sus luchas y de sus conquistas en pos de la emancipación y mejora de las condiciones de vida.  


Esa asociación entre ciudad y movimiento obrero ha debido resultar obvia para la historiografía del trabajo. Tan obvia que, o se ha dado por descontada considerándola como "natural" y no merecedora de ulterior análisis, o simplemente se ha ignorado por irrelevante. Efectivamente, más allá de los clásicos apartados sobre las habitualmente pésimas condiciones de vida en el ámbito urbano, las historias del mundo del trabajo -incluso las historias de grupos obreros en ámbitos urbanos muy localizados- nunca han solido ver a la ciudad más que como un simple epifenómeno del proceso social, un mero contendedor sin especial relevancia para ser considerado como elemento constitutivo del proceso más general de formación de la clase.  
Esa asociación entre ciudad y movimiento obrero ha debido resultar obvia para la historiografía del trabajo. Tan obvia que, o se ha dado por descontada considerándola como "natural" y no merecedora de ulterior análisis, o simplemente se ha ignorado por irrelevante. Efectivamente, más allá de los clásicos apartados sobre las habitualmente pésimas condiciones de vida en el ámbito urbano, las historias del mundo del trabajo -incluso las historias de grupos obreros en ámbitos urbanos muy localizados- nunca han solido ver a la ciudad más que como un simple epifenómeno del proceso social, un mero contendedor sin especial relevancia para ser considerado como elemento constitutivo del proceso más general de formación de la clase.  


Sorprende esta marginación habida cuenta de la importancia que en la historia de los trabajadores fueron tomando en los años sesenta las visiones "desde abajo", los análisis históricos de una clase obrera vista cada vez más en sus vivencias cotidianas, en sus formas de vida y prácticas sociales más corrientes. Ciertamente, hace ya mucho tiempo que la historia obrera no es ya solo la historia de los líderes y de las organizaciones del movimiento obrero y que la influencia de Thompson reorientó la visión de la clase obrera hacia el estudio de las prácticas sociales compartidas y la experiencia cultural propia como temas inseparables de la conciencia de grupo. Desde entonces, la historia obrera ha ido construyéndose cada vez más como historia social. La visión del historiador inglés ha tenido una indudable repercusión en mucha de la reciente historia de la vida cotidiana alemana, una corriente historiográfica que intenta iluminar los comportamientos sociales estudiando los prácticas de sociabilidad, los tiempos y los lugares concretos de constitución de los grupos sociales. En Francia, ya en la década de los setenta, diversos pioneros de la historia social obrera emprendieron igualmente el estudio de la gente ordinaria y de sus experiencias, destacando los trabajos de Michelle Perrot y de Yves Lequin. Tampoco ha faltado en Italia esa visión de que en la vida cotidiana y en la cultura material de las clases populares se encuentra la máxima expresión de especificidad de una cultura propia[1]. Se podría pensar que todo ello significaba el definitivo acercamiento entre historia obrera e historia urbana. Pero en realidad, la historia urbana y la historia social obrera han corrido por trayectorias paralelas, sin apenas cruces entre ellas hasta fechas relativamente recientes. Efectivamente, ambas corrientes surgieron en los años sesenta, pero los contactos fueron escasos y anecdóticos. Aportaciones ya clásicas de la historiografía marxista de la clase obrera, singularmente la de Hosbawm que se centra en un momento de casi plena urbanización de la clase obrera británica, apenas se han detenido en la ciudad como factor relevante en la formación de la clase trabajadora. La ciudad, el espacio urbano, ha estado siempre bajo sospecha. El propio Hobsbawm recibió la eclosión editorial de la historia urbana británica lleno de escepticismo y de reservas[2]. En realidad, hasta 1980, "el proceso a través del cual fue creada una subcultura proletaria distintiva en el ámbito urbano (fue) un cuestión muy débilmente tratada en la historia del movimiento obrero"[3]. Nuevos enfoques desde la historia social introducían en el análisis de la clase obrera británica cuestiones como la sociabilidad y el espíritu comunitario, la vida en el barrio, hasta entonces encerradas en una literatura casi estrictamente sociológica. Pero ha habido que esperar realmente a los años ochenta para ver una mayor confluencia entre historia obrera e historia urbana. Hoy en día es ya más corriente encontrar en las historias generales de la clase obrera británica capítulos específicos dedicados a la vivienda, a la segregación en el espacio urbano y a los barrios obreros como elementos formativos de la experiencia de la clase trabajadora. Encuentro sintomático de esa nueva aproximación el giro del propio Hobsbawm en su escéptica visión del tema urbano un artículo de finales de los ochenta que revaloriza el papel de la gran ciudad como foco potenciador del movimiento obrero[4].
Sorprende esta marginación habida cuenta de la importancia que en la historia de los trabajadores fueron tomando en los años sesenta las visiones "desde abajo", los análisis históricos de una clase obrera vista cada vez más en sus vivencias cotidianas, en sus formas de vida y prácticas sociales más corrientes. Ciertamente, hace ya mucho tiempo que la historia obrera no es ya solo la historia de los líderes y de las organizaciones del movimiento obrero y que la influencia de Thompson reorientó la visión de la clase obrera hacia el estudio de las prácticas sociales compartidas y la experiencia cultural propia como temas inseparables de la conciencia de grupo. Desde entonces, la historia obrera ha ido construyéndose cada vez más como historia social. La visión del historiador inglés ha tenido una indudable repercusión en mucha de la reciente historia de la vida cotidiana alemana, una corriente historiográfica que intenta iluminar los comportamientos sociales estudiando los prácticas de sociabilidad, los tiempos y los lugares concretos de constitución de los grupos sociales. En Francia, ya en la década de los setenta, diversos pioneros de la historia social obrera emprendieron igualmente el estudio de la gente ordinaria y de sus experiencias, destacando los trabajos de Michelle Perrot y de Yves Lequin. Tampoco ha faltado en Italia esa visión de que en la vida cotidiana y en la cultura material de las clases populares se encuentra la máxima expresión de especificidad de una cultura propia[1]. Se podría pensar que todo ello significaba el definitivo acercamiento entre historia obrera e historia urbana. Pero en realidad, la historia urbana y la historia social obrera han corrido por trayectorias paralelas, sin apenas cruces entre ellas hasta fechas relativamente recientes. Efectivamente, ambas corrientes surgieron en los años sesenta, pero los contactos fueron escasos y anecdóticos. Aportaciones ya clásicas de la historiografía marxista de la clase obrera, singularmente la de Hosbawm que se centra en un momento de casi plena urbanización de la clase obrera británica, apenas se han detenido en la ciudad como factor relevante en la formación de la clase trabajadora. La ciudad, el espacio urbano, ha estado siempre bajo sospecha. El propio Hobsbawm recibió la eclosión editorial de la historia urbana británica lleno de escepticismo y de reservas[2]. En realidad, hasta 1980, "el proceso a través del cual fue creada una subcultura proletaria distintiva en el ámbito urbano (fue) un cuestión muy débilmente tratada en la historia del movimiento obrero"[3]. Nuevos enfoques desde la historia social introducían en el análisis de la clase obrera británica cuestiones como la sociabilidad y el espíritu comunitario, la vida en el barrio, hasta entonces encerradas en una literatura casi estrictamente sociológica. Pero ha habido que esperar realmente a los años ochenta para ver una mayor confluencia entre historia obrera e historia urbana. Hoy en día es ya más corriente encontrar en las historias generales de la clase obrera británica capítulos específicos dedicados a la vivienda, a la segregación en el espacio urbano y a los barrios obreros como elementos formativos de la experiencia de la clase trabajadora. Encuentro sintomático de esa nueva aproximación el giro del propio Hobsbawm en su escéptica visión del tema urbano un artículo de finales de los ochenta que revaloriza el papel de la gran ciudad como foco potenciador del movimiento obrero[4].


En lo que se refiere al ámbito español, la creciente importancia de los enfoques culturales en la historia de la clase obrera y más en concreto de una historia social de la clase más atenta a la vida cotidiana no ha significado hasta ahora un diálogo fructífero entre historia urbana e historia obrera. Para la historiografía de la clase obrera en España, la ciudad sigue siendo, salvo excepciones, un simple telón de fondo, un mero escenario del proceso de formación de la clase, de sus comportamientos colectivos y de sus luchas políticas. La relevancia que la ciudad, y más en concreto la gran ciudad, ha tenido como caldo de cultivo de la formación del mundo obrero contemporáneo ha solido minimizar el papel del propio espacio urbano como un protagonista más de la historia de las clases populares[5].  
En lo que se refiere al ámbito español, la creciente importancia de los enfoques culturales en la historia de la clase obrera y más en concreto de una historia social de la clase más atenta a la vida cotidiana no ha significado hasta ahora un diálogo fructífero entre historia urbana e historia obrera. Para la historiografía de la clase obrera en España, la ciudad sigue siendo, salvo excepciones, un simple telón de fondo, un mero escenario del proceso de formación de la clase, de sus comportamientos colectivos y de sus luchas políticas. La relevancia que la ciudad, y más en concreto la gran ciudad, ha tenido como caldo de cultivo de la formación del mundo obrero contemporáneo ha solido minimizar el papel del propio espacio urbano como un protagonista más de la historia de las clases populares[5].  
Línea 26: Línea 26:
===Trabajo y espacio urbano durante el primer siglo XX===  
===Trabajo y espacio urbano durante el primer siglo XX===  


Otros dos trabajos de los años ochenta contribuyeron a derribar fronteras entre historia del trabajo e historia de la ciudad. Los dos estudian la época de consolidación del moderno proletariado industrial, en las primeras décadas del siglo XX y nos servirán para definir un espacio histórico concreto de discusión de diversas lineas de análisis que relacionan vida obrera y espacio urbano. El primero de ellos, el de J.E. Cronin, abordaba de manera sumaria la relación entre vida obrera y espacio urbano al analizar la extraordinaria coyuntura militante de la clases trabajadoras urbanas en la Europa de 1917-1920[14]. Tales acontecimientos encontrarían su raiz en un proceso de "reconstitución" de la clase obrera caracterizado por la aparición de un nuevo tipo de industria y un nuevo tipo de barrio obrero. Desde la crisis económica de los años 1880-90, los sectores clave de la segunda revolución industrial -construcción mecánica y eléctrica, química-, experimentaron un proceso de reestructuración industrial. Aunque la mecanización fue limitada y no puede hablarse de taylorización, se asistió a una profunda reestructuración de la organización industrial y del control de la mano de obra. El trabajador del metal, prototipo del nuevo obrero-masa semicualificado sobre máquina, de enorme centralidad en los años bélicos a consecuencia del desarrollo de la industria del armamento, sería la figura emblemática de esos años de extrema combatividad obrera. El proceso estuvo caracterizado, como rasgo más saliente, por la puesta en cuestión del papel central del obrero de oficio en la organización tradicional del trabajo. El hecho clave fue la sustitución parcial de ese trabajador cualificado de fábrica y de todo el mecanismo de control del trabajo a él asociado con la introducción de obreros semi-cualificados y de mujeres y la paralela aproximación de retribuciones entre cualificados y no cualificados en la escala salarial. Dicho proceso afectó también a muchas industrias tradicionales de la primera revolución industrial, como era el caso del textil[15]. Las oleadas de sindicación colectiva, de huelgas y levantamientos obreros que las dificultades materiales y la inflacción de los años finales de la guerra exacerbaron serían el resultado de unir el sentimiento de agravio del trabajador de oficio que veía discutidas en la fábrica sus viejas prerrogativas con la voz de esa masa obrera semi-cualificada recién llegada al mundo del proletariado de fábrica[16].
Otros dos trabajos de los años ochenta contribuyeron a derribar fronteras entre historia del trabajo e historia de la ciudad. Los dos estudian la época de consolidación del moderno proletariado industrial, en las primeras décadas del siglo XX y nos servirán para definir un espacio histórico concreto de discusión de diversas lineas de análisis que relacionan vida obrera y espacio urbano. El primero de ellos, el de J.E. Cronin, abordaba de manera sumaria la relación entre vida obrera y espacio urbano al analizar la extraordinaria coyuntura militante de la clases trabajadoras urbanas en la Europa de 1917-1920[14]. Tales acontecimientos encontrarían su raiz en un proceso de "reconstitución" de la clase obrera caracterizado por la aparición de un nuevo tipo de industria y un nuevo tipo de barrio obrero. Desde la crisis económica de los años 1880-90, los sectores clave de la segunda revolución industrial -construcción mecánica y eléctrica, química-, experimentaron un proceso de reestructuración industrial. Aunque la mecanización fue limitada y no puede hablarse de taylorización, se asistió a una profunda reestructuración de la organización industrial y del control de la mano de obra. El trabajador del metal, prototipo del nuevo obrero-masa semicualificado sobre máquina, de enorme centralidad en los años bélicos a consecuencia del desarrollo de la industria del armamento, sería la figura emblemática de esos años de extrema combatividad obrera. El proceso estuvo caracterizado, como rasgo más saliente, por la puesta en cuestión del papel central del obrero de oficio en la organización tradicional del trabajo. El hecho clave fue la sustitución parcial de ese trabajador cualificado de fábrica y de todo el mecanismo de control del trabajo a él asociado con la introducción de obreros semi-cualificados y de mujeres y la paralela aproximación de retribuciones entre cualificados y no cualificados en la escala salarial. Dicho proceso afectó también a muchas industrias tradicionales de la primera revolución industrial, como era el caso del textil[15]. Las oleadas de sindicación colectiva, de huelgas y levantamientos obreros que las dificultades materiales y la inflacción de los años finales de la guerra exacerbaron serían el resultado de unir el sentimiento de agravio del trabajador de oficio que veía discutidas en la fábrica sus viejas prerrogativas con la voz de esa masa obrera semi-cualificada recién llegada al mundo del proletariado de fábrica[16].


La segunda "precondición esencial", según Cronin, de la oleada de huelgas y sindicación obrera que recorrió Europa desde 1917 fue una nueva estructuración del espacio urbano. El crecimiento urbano de las ciudades europeas desde 1880 habría originado, en concreto, unos nuevos barrios obreros diferentes a los barrios populares del siglo XIX que se convirtieron en el centro de una "intensa vida comunitaria surgida de la superposición de las esferas del trabajo, el consumo, el ocio y la acción colectiva (...)". Sugieron así, "comunidades más solidas que fueron el locus común de la amistad, el parentesco el trabajo y el ocio"[17]. Sobre esa base de argumentación que interpreta implícitamente el barrio obrero como lugar de constitución de la clase, la explicación de Cronin merece destacarse pues resume los principales lineas de estudio de la relación entre vida obrera y formas urbanas. La primera característica de la nueva distribución obrera en la ciudad sería la de su novedad en el crecimiento urbano. Esos barrios que se dibujaron en el mapa de la ciudad se habrían formado a causa de la descentralización de la nueva industria y de la residencia producida por los nuevos medios de transporte de masas, fundamentalmente el tranvía eléctrico. La segunda característica, según Cronin, sería la estrecha relación espacial entre lugar de trabajo y lugar de residencia que se produce en dichos barrios. El desplazamiento a la periferia de la industria fue seguido por los trabajadores, lo que significó el mantenimiento de una gran proximidad entre fábrica y residencia. Esos nuevos barrios tenían que ver, como tercer rasgo definitorio, con una creciente segregación operada en el espacio urbano de los trabajadores. Los obreros se encontraban ahí más separados de las otras categorías sociales de los que lo estaban en los viejos barrios populares, agrupándose con una más neta homogeneidad social. Al devenir los barrios obreros crecientemente homogéneos se creó una forma de vida "más distintivamente proletaria". La última de las características de esos nuevos barrios era su estabilidad y cohesión interna. Al disminuir la movilidad residencial obrera, tan característica del siglo XIX, se pusieron las bases de un mayor permanencia y arraigo al barrio. Pudo así desarrollarse un proceso de construcción comunitaria basado en redes de sociabilidad más o menos formales, redes sobre las que se cimentó la movilización social y política de los obreros. Las mujeres jugaron en esa movilización un papel clave, en especial en las reinvindicaciones centradas sobre el consumo -de las luchas sobre la carestía de las subsistencias a las huelgas de alquileres- que azotaron a las grandes ciudades europas en aquellos años. La nueva geografía obrera en la gran ciudad habría de tener unas consecuencias históricas más allá del impacto inmediato en los años finales de la guerra, pues estabilizaron también una duradera geografía electoral. Esas nuevas comunidades obreras de las grandes ciudades europeas comenzaron en efecto a votar en bloque por los partidos obreros, consolidándose una larga fidelidad a determinadas opciones electorales de la izquierda obrerista: voto religioso al labour en los barrios obreros de Londres y las ciudades industriales británicas, al Partido Comunista en los suburbios rojos de Paris, o al Partido Socialdemócrata en los distritos obreros de Viena y de las grandes ciudades alemanas.
La segunda "precondición esencial", según Cronin, de la oleada de huelgas y sindicación obrera que recorrió Europa desde 1917 fue una nueva estructuración del espacio urbano. El crecimiento urbano de las ciudades europeas desde 1880 habría originado, en concreto, unos nuevos barrios obreros diferentes a los barrios populares del siglo XIX que se convirtieron en el centro de una "intensa vida comunitaria surgida de la superposición de las esferas del trabajo, el consumo, el ocio y la acción colectiva (...)". Sugieron así, "comunidades más solidas que fueron el locus común de la amistad, el parentesco el trabajo y el ocio"[17]. Sobre esa base de argumentación que interpreta implícitamente el barrio obrero como lugar de constitución de la clase, la explicación de Cronin merece destacarse pues resume los principales lineas de estudio de la relación entre vida obrera y formas urbanas. La primera característica de la nueva distribución obrera en la ciudad sería la de su novedad en el crecimiento urbano. Esos barrios que se dibujaron en el mapa de la ciudad se habrían formado a causa de la descentralización de la nueva industria y de la residencia producida por los nuevos medios de transporte de masas, fundamentalmente el tranvía eléctrico. La segunda característica, según Cronin, sería la estrecha relación espacial entre lugar de trabajo y lugar de residencia que se produce en dichos barrios. El desplazamiento a la periferia de la industria fue seguido por los trabajadores, lo que significó el mantenimiento de una gran proximidad entre fábrica y residencia. Esos nuevos barrios tenían que ver, como tercer rasgo definitorio, con una creciente segregación operada en el espacio urbano de los trabajadores. Los obreros se encontraban ahí más separados de las otras categorías sociales de los que lo estaban en los viejos barrios populares, agrupándose con una más neta homogeneidad social. Al devenir los barrios obreros crecientemente homogéneos se creó una forma de vida "más distintivamente proletaria". La última de las características de esos nuevos barrios era su estabilidad y cohesión interna. Al disminuir la movilidad residencial obrera, tan característica del siglo XIX, se pusieron las bases de un mayor permanencia y arraigo al barrio. Pudo así desarrollarse un proceso de construcción comunitaria basado en redes de sociabilidad más o menos formales, redes sobre las que se cimentó la movilización social y política de los obreros. Las mujeres jugaron en esa movilización un papel clave, en especial en las reinvindicaciones centradas sobre el consumo -de las luchas sobre la carestía de las subsistencias a las huelgas de alquileres- que azotaron a las grandes ciudades europas en aquellos años. La nueva geografía obrera en la gran ciudad habría de tener unas consecuencias históricas más allá del impacto inmediato en los años finales de la guerra, pues estabilizaron también una duradera geografía electoral. Esas nuevas comunidades obreras de las grandes ciudades europeas comenzaron en efecto a votar en bloque por los partidos obreros, consolidándose una larga fidelidad a determinadas opciones electorales de la izquierda obrerista: voto religioso al labour en los barrios obreros de Londres y las ciudades industriales británicas, al Partido Comunista en los suburbios rojos de Paris, o al Partido Socialdemócrata en los distritos obreros de Viena y de las grandes ciudades alemanas.
Línea 37: Línea 37:
===Crecimiento urbano y segregación social===  
===Crecimiento urbano y segregación social===  


La primera cuestión a revisar en la propuesta de Cronin tiene que ver con la magnitud y originalidad del proceso de urbanización entre 1890 y la Primera Guerra Mundial. En el desarrollo de las grandes ciudades europeas de esos años tuvo efectivamente gran importancia el crecimiento de un nuevo barrio periférico como el descrito por Cronin: Saint-Denis en Paris, Battersea o las expansiones de Tottenham y West Ham en Londres, muchas periferias proletarias de las ciudades del Ruhr, buena parte del cinturón industrial de Berlin, Sesto San Giovanni en Milan o Borgo San Paolo en Turin son buenos ejemplos. En buena parte de las ciudades hubo un gran ciclo de la edificación que comenzó hacia 1880-90 y terminó con la llegada de la guerra[20]. Dicho ciclo fue en efecto el iniciador de ese nuevo tipo de barrios periféricos. Cuesta creer sin embargo que ese tipo de crecimientos urbanos dispersos y separados de la ciudad existente constituyera un apartado tan decisivo de la experiencia obrera de la ciudad. Al filo de 1914, esas periferias constituían todavía una fracción no mayoritaria de la vida obrera de la ciudad europea. Gran parte -la mayor parte- de nuevas áreas de trabajadores en esa importante fase del crecimiento de la ciudad europea, especialmente las no incluidas en el primer escalón de grandes metrópolis (Londres, Paris y Berlin), tuvo lugar todavía por extensión del área urbana ya existente, por continuidad de los tejidos ya consolidados. Hacia 1914, las clases trabajadoras seguían en su mayor parte alojadas en dos ámbitos urbanos primordiales. En primer lugar, en las áreas centrales, tanto en los centros históricos (cada vez más vaciados en Inglaterra, pero donde residía todavía una parte nada despreciable de la clase obrera, en especial en los paises latinos), como en las extensiones más inmediatas a los mismos (àreas de terraces inglesas del siglo XIX y pequeños ensanches obreros centrales). En segundo lugar, en los faubourgs y viejos municipos periféricos, ahora densificados y recrecidos, muchas veces asimilados administrativamente por la gran ciudad. En ciudades del sur como Barcelona, muy conflictivas también en la coyuntura 1917-1920, todo el contingente obrero habitaba en uno u otro de los dos ámbitos citados; las nuevas periferias no habían iniciado todavía su despegue. Es posible que todos esos nuevos crecimientos en continuidad con las formas urbanas antiguas fuesen cada vez menos reivindicativos desde el punto de vista política-sindical y que los nuevos barrios periféricos fuesen los auténticos bastiones del nuevo movimiento obrero, como señala Cronin. O, quizás, que las viejas formas urbanas, las viejas sociabilidades barriales del paisaje heredado de la ciudad del Ochocientos fuesen realmente las decisivas. Pero en cualquier caso la explicación ha de pasar necesariamente por una visión más articulada, más integradora de todas laas áreas obreras de la ciudad. La continuidad de los espacios obreros con las viejas formas urbanas populares, socialmente más mezcladas, era todavía un hecho demasiado evidente al filo de 1914 como para ser ignorado.
La primera cuestión a revisar en la propuesta de Cronin tiene que ver con la magnitud y originalidad del proceso de urbanización entre 1890 y la Primera Guerra Mundial. En el desarrollo de las grandes ciudades europeas de esos años tuvo efectivamente gran importancia el crecimiento de un nuevo barrio periférico como el descrito por Cronin: Saint-Denis en Paris, Battersea o las expansiones de Tottenham y West Ham en Londres, muchas periferias proletarias de las ciudades del Ruhr, buena parte del cinturón industrial de Berlin, Sesto San Giovanni en Milan o Borgo San Paolo en Turin son buenos ejemplos. En buena parte de las ciudades hubo un gran ciclo de la edificación que comenzó hacia 1880-90 y terminó con la llegada de la guerra[20]. Dicho ciclo fue en efecto el iniciador de ese nuevo tipo de barrios periféricos. Cuesta creer sin embargo que ese tipo de crecimientos urbanos dispersos y separados de la ciudad existente constituyera un apartado tan decisivo de la experiencia obrera de la ciudad. Al filo de 1914, esas periferias constituían todavía una fracción no mayoritaria de la vida obrera de la ciudad europea. Gran parte -la mayor parte- de nuevas áreas de trabajadores en esa importante fase del crecimiento de la ciudad europea, especialmente las no incluidas en el primer escalón de grandes metrópolis (Londres, Paris y Berlin), tuvo lugar todavía por extensión del área urbana ya existente, por continuidad de los tejidos ya consolidados. Hacia 1914, las clases trabajadoras seguían en su mayor parte alojadas en dos ámbitos urbanos primordiales. En primer lugar, en las áreas centrales, tanto en los centros históricos (cada vez más vaciados en Inglaterra, pero donde residía todavía una parte nada despreciable de la clase obrera, en especial en los paises latinos), como en las extensiones más inmediatas a los mismos (àreas de terraces inglesas del siglo XIX y pequeños ensanches obreros centrales). En segundo lugar, en los faubourgs y viejos municipos periféricos, ahora densificados y recrecidos, muchas veces asimilados administrativamente por la gran ciudad. En ciudades del sur como Barcelona, muy conflictivas también en la coyuntura 1917-1920, todo el contingente obrero habitaba en uno u otro de los dos ámbitos citados; las nuevas periferias no habían iniciado todavía su despegue. Es posible que todos esos nuevos crecimientos en continuidad con las formas urbanas antiguas fuesen cada vez menos reivindicativos desde el punto de vista política-sindical y que los nuevos barrios periféricos fuesen los auténticos bastiones del nuevo movimiento obrero, como señala Cronin. O, quizás, que las viejas formas urbanas, las viejas sociabilidades barriales del paisaje heredado de la ciudad del Ochocientos fuesen realmente las decisivas. Pero en cualquier caso la explicación ha de pasar necesariamente por una visión más articulada, más integradora de todas laas áreas obreras de la ciudad. La continuidad de los espacios obreros con las viejas formas urbanas populares, socialmente más mezcladas, era todavía un hecho demasiado evidente al filo de 1914 como para ser ignorado.


Tan importante o más que ese ciclo constructivo que termina en 1914 es el que se desarolló en el período de entreguerras. Es el que acabará grabando definitivamente la experiencia del espacio periférico en la vida del obrero urbano europeo. Magri y Topalov dan mucha relevancia en su discusión al cambio experimentado durante la Primera Guerra Mundial. A pesar de que durante el período de entreguerras pesaron enormemente las inercias de la ciudad heredada, muchas cosas no volvieron a ser ya igual a partir de entonces. En primer lugar en el propio crecimiento urbano. La construcción experimentó otro fuerte ciclo entre 1919 y 1939, en algunas ciudades europeas de mayor profunidad que el anterior. Incluso en las ciudades inglesas, con una población casi estancada en ese período, el área urbana experimentó un espectacular crecimiento de un 50%[21]. La auténtica consolidación de la dispersión en ese pais de larga tradición suburbana tuvo lugar efectivamente en esos años. Las grandes ciudades alemanas desarrollaron igualmente nuevas periferias en lugares alejados. En uno y otro caso, y en general en todos los programas nacionales de vivienda subvencionados, los municipios socialdemócratas, el estado o las distintas sociedadades cooperativas y de ahorro, ligados más o menos directamente con el mundo obrero, encontraron en esos terrenos suburbanos, baratos y alejados del centro, la posibilidad de desarrollar un auténtico proyecto de ciudad para las capas populares. La banlieue rouge parisina de las parcelaciones a gran escala, de enorme resonancia en la vida política de la aglomeración, se formó esencialmente en esos años[22]. Esos suburbios dirigieron el crecimiento de Paris desde 1914. En 1930, su población superaba por vez primera a la de la capital. El fenómeno alcanzó también dimensiones no despreciables en muchas ciudades del sur hasta entonces intocadas por una suburbanización obrera geográficamente señalada. Atenas explotó literalmente en su periferia con las ocupaciones de tierras surgidas a raiz de la gran avalancha de inmigrantes retornados de Turquía. En el área urbana de la Barcelona anterior a la Guerra Civil, se había conformado toda una orla de parcelaciones en torno a la vieja ciudad del Ochocientos donde en se alojaba ya más del 15% de la clase obrera[23]. Todas esas nuevas periferias en sus diferentes formas, basadas generalmente en la casa unifamiliar -desde la caseta aislada en propiedad hasta formas más densas en alquiler cercanas a la autoconstrucción de España, Italia, Grecia,.. desde las ciudades jardín municipales, de empleados y aristocracia obrera a las más excepcionales áreas de bloques, encontraron su momento dorado precisamente en el período de entreguerras. El nuevo impulso edificatorio dibujará definitivamente los espacios de acomodo de las clases trabajadoras en los arrabales de la ciudad. Así, junto a los faubourgs, y los espacios más centrales procedentes del siglo XIX se consolidó un tercer espacio ecológico del mundo obrero, un espacio donde la tradicional mezcla de capas populares de las viejas áreas era ahora sustituida por una homogeneidad obrera mucho más neta. La ecología del nuevo suburbio significaba una nueva relación del trabajador con la ciudad. Cronin ha explicado ya sus grandes rasgos en las "periferias de fábricas". Las "periferias dormitorio" se caracterizarán por una serie de trazos definitorios, cambiantes según el tipo de ciudad: distancias más largas a los centros de trabajo y consiguiente carácter dormitorio de los nuevos barrios, gestión municipal del alquiler, propiedad de la vivienda, autoconstrucción, menor densidad, carácter unifamiliar de muchas de las nuevas extensiones, pautas de sociabilidad mucho más primarias.
Tan importante o más que ese ciclo constructivo que termina en 1914 es el que se desarolló en el período de entreguerras. Es el que acabará grabando definitivamente la experiencia del espacio periférico en la vida del obrero urbano europeo. Magri y Topalov dan mucha relevancia en su discusión al cambio experimentado durante la Primera Guerra Mundial. A pesar de que durante el período de entreguerras pesaron enormemente las inercias de la ciudad heredada, muchas cosas no volvieron a ser ya igual a partir de entonces. En primer lugar en el propio crecimiento urbano. La construcción experimentó otro fuerte ciclo entre 1919 y 1939, en algunas ciudades europeas de mayor profunidad que el anterior. Incluso en las ciudades inglesas, con una población casi estancada en ese período, el área urbana experimentó un espectacular crecimiento de un 50%[21]. La auténtica consolidación de la dispersión en ese pais de larga tradición suburbana tuvo lugar efectivamente en esos años. Las grandes ciudades alemanas desarrollaron igualmente nuevas periferias en lugares alejados. En uno y otro caso, y en general en todos los programas nacionales de vivienda subvencionados, los municipios socialdemócratas, el estado o las distintas sociedadades cooperativas y de ahorro, ligados más o menos directamente con el mundo obrero, encontraron en esos terrenos suburbanos, baratos y alejados del centro, la posibilidad de desarrollar un auténtico proyecto de ciudad para las capas populares. La banlieue rouge parisina de las parcelaciones a gran escala, de enorme resonancia en la vida política de la aglomeración, se formó esencialmente en esos años[22]. Esos suburbios dirigieron el crecimiento de Paris desde 1914. En 1930, su población superaba por vez primera a la de la capital. El fenómeno alcanzó también dimensiones no despreciables en muchas ciudades del sur hasta entonces intocadas por una suburbanización obrera geográficamente señalada. Atenas explotó literalmente en su periferia con las ocupaciones de tierras surgidas a raiz de la gran avalancha de inmigrantes retornados de Turquía. En el área urbana de la Barcelona anterior a la Guerra Civil, se había conformado toda una orla de parcelaciones en torno a la vieja ciudad del Ochocientos donde en se alojaba ya más del 15% de la clase obrera[23]. Todas esas nuevas periferias en sus diferentes formas, basadas generalmente en la casa unifamiliar -desde la caseta aislada en propiedad hasta formas más densas en alquiler cercanas a la autoconstrucción de España, Italia, Grecia,.. desde las ciudades jardín municipales, de empleados y aristocracia obrera a las más excepcionales áreas de bloques, encontraron su momento dorado precisamente en el período de entreguerras. El nuevo impulso edificatorio dibujará definitivamente los espacios de acomodo de las clases trabajadoras en los arrabales de la ciudad. Así, junto a los faubourgs, y los espacios más centrales procedentes del siglo XIX se consolidó un tercer espacio ecológico del mundo obrero, un espacio donde la tradicional mezcla de capas populares de las viejas áreas era ahora sustituida por una homogeneidad obrera mucho más neta. La ecología del nuevo suburbio significaba una nueva relación del trabajador con la ciudad. Cronin ha explicado ya sus grandes rasgos en las "periferias de fábricas". Las "periferias dormitorio" se caracterizarán por una serie de trazos definitorios, cambiantes según el tipo de ciudad: distancias más largas a los centros de trabajo y consiguiente carácter dormitorio de los nuevos barrios, gestión municipal del alquiler, propiedad de la vivienda, autoconstrucción, menor densidad, carácter unifamiliar de muchas de las nuevas extensiones, pautas de sociabilidad mucho más primarias.
Línea 45: Línea 45:
A día de hoy, no existe una geografía urbana comparada de las distintas ciudades europeas que permita relacionar con una mínima solidez cualificación obrera, lugar de residencia y segregación espacial. Se asume, como hace el propio Katznelson, que durante el primer siglo XX se produciría una separación todavía mayor del mundo del trabajador respecto a las clases no manuales y, a la vez, una progresiva diferenciación dentro del espacio urbano de los estratos obreros entre sí[27]. Pero ni la geografía ni la historia urbana sobre esta época lo han mostrado con claridad. El estudio de la segregación social del mundo obrero de estos años habría de responder efectivamente a esas dos cuestiones fundamentales. Primero, si existió o no una segregación creciente de pobres y ricos, o si se quiere entre mundo del trabajo manual y no manual. En teoría asistiríamos en 1900-1950 a la consolidación del grado máximo de separación de clases. La segunda cuestión es la constancia o no de separaciones físicas, de una fragmentación entre los diferentes estratos de las clases obreras y populares ¿Existieron sectores de obreros de oficio más acomodados que se separaron en el espacio? ¿Se produjo un aislamiento extremo de obreros no cualificados? ¿Formó el obrero de la nueva fábrica racionalizada áreas sociales específicas? Deberíamos precisar mejor hasta qué punto se quebró la mezcla de estratos sociales característica de muchos barrios populares del Ochocientos.
A día de hoy, no existe una geografía urbana comparada de las distintas ciudades europeas que permita relacionar con una mínima solidez cualificación obrera, lugar de residencia y segregación espacial. Se asume, como hace el propio Katznelson, que durante el primer siglo XX se produciría una separación todavía mayor del mundo del trabajador respecto a las clases no manuales y, a la vez, una progresiva diferenciación dentro del espacio urbano de los estratos obreros entre sí[27]. Pero ni la geografía ni la historia urbana sobre esta época lo han mostrado con claridad. El estudio de la segregación social del mundo obrero de estos años habría de responder efectivamente a esas dos cuestiones fundamentales. Primero, si existió o no una segregación creciente de pobres y ricos, o si se quiere entre mundo del trabajo manual y no manual. En teoría asistiríamos en 1900-1950 a la consolidación del grado máximo de separación de clases. La segunda cuestión es la constancia o no de separaciones físicas, de una fragmentación entre los diferentes estratos de las clases obreras y populares ¿Existieron sectores de obreros de oficio más acomodados que se separaron en el espacio? ¿Se produjo un aislamiento extremo de obreros no cualificados? ¿Formó el obrero de la nueva fábrica racionalizada áreas sociales específicas? Deberíamos precisar mejor hasta qué punto se quebró la mezcla de estratos sociales característica de muchos barrios populares del Ochocientos.


Pocas de estas preguntas tienen una respuesta fundada, principalmente por falta de estudios de base[28]. Los análisis exhaustivos realizados en un par de ciudades (Ver cuadro 1) muestran índices de segregación no tan marcados como los que se podrían esperar para los grupos trabajadores. Dado su elevado nivel de respresentación, las clases obreras, aun concentradas en determinados distritos, eran en realidad ubicuas en la gran ciudad de 1900-1950. Donde sí se detectan niveles muy altos de segregación es en los sectores de alto estatus: las elites eran sin duda las que se encontraban más separadas en 1930, como ya venía ocurriendo desde el siglo XIX[29]. Los obreros eran mucho más dispersos, acusando índices de segregación inferiores a 30, aunque en Barcelona se registraba un alto valor[30]. En esta ciudad, la segregación no se produce radicalmente entre el trabajo manual y el resto de la sociedad urbana, sino que tendería a ser más selectiva: era más elevada cuanto más distanciadas se encontraban las clases de referencia. La diferencia espacial del mundo del trabajo con la del no manual es muy apreciable, pero es sobre todo la del trabajador menos cualificado con respecto a las clases superiores la que es destacadísima (índice de dismilitud 59). La gran oposición espacial entre "dos ciudades", en dos universos enfrentados se observa pues solo si comparamos las clases extremas (la I con la V, esto es el 15% de la elites con el 50% de los trabajadores no cualificados): en medio quedan muchos matices a considerar. Hay que recordar siempre que este tipo de índices miden situaciones "medias" de proximidad o distancia entre clases. En el caso de las ciudades estudiadas tiene además el defecto de que parten de unidades censales más extensas que las consideradas en los estudios de las ciudades victorianas inglesas por lo que los contrastes espaciales tienden a suavizarse. Si nos situamos en cambio "a ras de suelo", en el espacio concreto de la ciudad, las oposiciones aparecen mucho más acentuadas. En el conjunto de nuevas periferias proletarias barcelonesas del período de entreguerras, por ejemplo, la presencia de clases no manuales era una auténtica rareza. La invisibilidad del burgués en la vida cotidiana del barrio era absoluta. Si enfrentamos esos espacios del cinturón obrero que representaban el 15% de la aglomeración urbana al 15 % más rico del Ensanche central y los barrios altos aparecen con una gran nitidez esos dos mundos urbanos enfrentados, esos dos mundos sin contacto que asomaban de cuando en cuando en la prensa anarquista.  
Pocas de estas preguntas tienen una respuesta fundada, principalmente por falta de estudios de base[28]. Los análisis exhaustivos realizados en un par de ciudades (Ver cuadro 1) muestran índices de segregación no tan marcados como los que se podrían esperar para los grupos trabajadores. Dado su elevado nivel de respresentación, las clases obreras, aun concentradas en determinados distritos, eran en realidad ubicuas en la gran ciudad de 1900-1950. Donde sí se detectan niveles muy altos de segregación es en los sectores de alto estatus: las elites eran sin duda las que se encontraban más separadas en 1930, como ya venía ocurriendo desde el siglo XIX[29]. Los obreros eran mucho más dispersos, acusando índices de segregación inferiores a 30, aunque en Barcelona se registraba un alto valor[30]. En esta ciudad, la segregación no se produce radicalmente entre el trabajo manual y el resto de la sociedad urbana, sino que tendería a ser más selectiva: era más elevada cuanto más distanciadas se encontraban las clases de referencia. La diferencia espacial del mundo del trabajo con la del no manual es muy apreciable, pero es sobre todo la del trabajador menos cualificado con respecto a las clases superiores la que es destacadísima (índice de dismilitud 59). La gran oposición espacial entre "dos ciudades", en dos universos enfrentados se observa pues solo si comparamos las clases extremas (la I con la V, esto es el 15% de la elites con el 50% de los trabajadores no cualificados): en medio quedan muchos matices a considerar. Hay que recordar siempre que este tipo de índices miden situaciones "medias" de proximidad o distancia entre clases. En el caso de las ciudades estudiadas tiene además el defecto de que parten de unidades censales más extensas que las consideradas en los estudios de las ciudades victorianas inglesas por lo que los contrastes espaciales tienden a suavizarse. Si nos situamos en cambio "a ras de suelo", en el espacio concreto de la ciudad, las oposiciones aparecen mucho más acentuadas. En el conjunto de nuevas periferias proletarias barcelonesas del período de entreguerras, por ejemplo, la presencia de clases no manuales era una auténtica rareza. La invisibilidad del burgués en la vida cotidiana del barrio era absoluta. Si enfrentamos esos espacios del cinturón obrero que representaban el 15% de la aglomeración urbana al 15 % más rico del Ensanche central y los barrios altos aparecen con una gran nitidez esos dos mundos urbanos enfrentados, esos dos mundos sin contacto que asomaban de cuando en cuando en la prensa anarquista.  


¿Hasta qué punto se siguió acentuando (o no) la segregación social y la consistencia de los barrios obreros? No existe constancia, en buena parte por falta de estudios, de segregación creciente, tanto en el mundo obrero como en el resto. El único trabajo que cubre todo el periodo cronológico muestra el descenso o en todo caso el mantenimiento de todos los índices de segregación y la disminución generalizada de las distancias entre clases. Eso contradice lo esperable y confirma los pocos análisis diacrónicos hechos hasta ahora para el siglo XIX, como el de Ward. Otros estudios, como el de Dobson para el Leipzig de vísperas de la Primera Guerra, muestran en cambio que la mezcla social y la proximidad del mundo obrero con las clases medias y altas de los distritos de la vieja ciudad del s.XIX habían desaparecido en favor de una separación mucho más acentuada entre el conjunto de la clase trabajadora y las clases no manuales[31].  
¿Hasta qué punto se siguió acentuando (o no) la segregación social y la consistencia de los barrios obreros? No existe constancia, en buena parte por falta de estudios, de segregación creciente, tanto en el mundo obrero como en el resto. El único trabajo que cubre todo el periodo cronológico muestra el descenso o en todo caso el mantenimiento de todos los índices de segregación y la disminución generalizada de las distancias entre clases. Eso contradice lo esperable y confirma los pocos análisis diacrónicos hechos hasta ahora para el siglo XIX, como el de Ward. Otros estudios, como el de Dobson para el Leipzig de vísperas de la Primera Guerra, muestran en cambio que la mezcla social y la proximidad del mundo obrero con las clases medias y altas de los distritos de la vieja ciudad del s.XIX habían desaparecido en favor de una separación mucho más acentuada entre el conjunto de la clase trabajadora y las clases no manuales[31].  


En los casos que conocemos de ciudades latinas, la proximidad del jornalero con el obrero cualificado parece todavía grande al final de nuestro periodo. Los artesanos y obreros de oficio aparecen la mitad de segregados en el espacio urbano que los no cualificados: sus repartos se ajustan mucho mejor a la "media" de la ciudad. Si el trabajador no cualificado era ubicuo, el artesano y el obrero cualificado todavía lo eran mucho más (el doble), a pesar de ser su número menor. Dentro del mundo obrero, solo existían niveles de segregación relativamente importantes en el caso de algunos grupos étnicos, caso de los irlandeses en las ciudades británicas, murcianos y andaluces en Barcelona, o italianos y polacos en el Paris de entreguerras. No formaban guettos exclusivos, sino que se concentraban de manera "nuclear" en determinados enclaves del espacio urbano donde diferentes regiones o nacionalidades compartían espacios comunes de intercambio y sociabilidad[32].  
En los casos que conocemos de ciudades latinas, la proximidad del jornalero con el obrero cualificado parece todavía grande al final de nuestro periodo. Los artesanos y obreros de oficio aparecen la mitad de segregados en el espacio urbano que los no cualificados: sus repartos se ajustan mucho mejor a la "media" de la ciudad. Si el trabajador no cualificado era ubicuo, el artesano y el obrero cualificado todavía lo eran mucho más (el doble), a pesar de ser su número menor. Dentro del mundo obrero, solo existían niveles de segregación relativamente importantes en el caso de algunos grupos étnicos, caso de los irlandeses en las ciudades británicas, murcianos y andaluces en Barcelona, o italianos y polacos en el Paris de entreguerras. No formaban guettos exclusivos, sino que se concentraban de manera "nuclear" en determinados enclaves del espacio urbano donde diferentes regiones o nacionalidades compartían espacios comunes de intercambio y sociabilidad[32].  


En suma, los escasos estudios disponibles, debido seguramente al gran tamaño de las unidades espaciales de medida, no reflejan todavía de manera marcada ni la existencia de una nueva segregación obrera que habría alcanzado su cénit antes del segundo conflicto bélico ni la fragmentación espacial esperada entre los distintos estratos de la clase trabajadora. Solo análisis más detallados de áreas concretas de la ciudad, como los estudios del cinturón obrero de París muestran tanto la nueva homogeneidad obrera de los distintos enclaves periféricos, como una diversidad hecha de especializaciones zonales donde obreros cualificados de fábrica, jornaleros poco o nada cualificados y empleados caracterizaban con pesos muy diversos las distintas áreas[33]. Ese caracter multiforme y fragmentado se relacionaba con la variable decantación política de los suburbios considerados. La orientación socialista del Suresnes de Henry Sellier, la comunista de Ivry, la anarquista de la Torrassa o las Casas Baratas de Barcelona tuvieron sin duda que ver, más allá de particulares coyunturas nacionales, con la diferente composición de clase que los caracterizaba.
En suma, los escasos estudios disponibles, debido seguramente al gran tamaño de las unidades espaciales de medida, no reflejan todavía de manera marcada ni la existencia de una nueva segregación obrera que habría alcanzado su cénit antes del segundo conflicto bélico ni la fragmentación espacial esperada entre los distintos estratos de la clase trabajadora. Solo análisis más detallados de áreas concretas de la ciudad, como los estudios del cinturón obrero de París muestran tanto la nueva homogeneidad obrera de los distintos enclaves periféricos, como una diversidad hecha de especializaciones zonales donde obreros cualificados de fábrica, jornaleros poco o nada cualificados y empleados caracterizaban con pesos muy diversos las distintas áreas[33]. Ese caracter multiforme y fragmentado se relacionaba con la variable decantación política de los suburbios considerados. La orientación socialista del Suresnes de Henry Sellier, la comunista de Ivry, la anarquista de la Torrassa o las Casas Baratas de Barcelona tuvieron sin duda que ver, más allá de particulares coyunturas nacionales, con la diferente composición de clase que los caracterizaba.
Línea 56: Línea 56:
===Crecimiento urbano y segregación social===  
===Crecimiento urbano y segregación social===  


La primera cuestión a revisar en la propuesta de Cronin tiene que ver con la magnitud y originalidad del proceso de urbanización entre 1890 y la Primera Guerra Mundial. En el desarrollo de las grandes ciudades europeas de esos años tuvo efectivamente gran importancia el crecimiento de un nuevo barrio periférico como el descrito por Cronin: Saint-Denis en Paris, Battersea o las expansiones de Tottenham y West Ham en Londres, muchas periferias proletarias de las ciudades del Ruhr, buena parte del cinturón industrial de Berlin, Sesto San Giovanni en Milan o Borgo San Paolo en Turin son buenos ejemplos. En buena parte de las ciudades hubo un gran ciclo de la edificación que comenzó hacia 1880-90 y terminó con la llegada de la guerra[20]. Dicho ciclo fue en efecto el iniciador de ese nuevo tipo de barrios periféricos. Cuesta creer sin embargo que ese tipo de crecimientos urbanos dispersos y separados de la ciudad existente constituyera un apartado tan decisivo de la experiencia obrera de la ciudad. Al filo de 1914, esas periferias constituían todavía una fracción no mayoritaria de la vida obrera de la ciudad europea. Gran parte -la mayor parte- de nuevas áreas de trabajadores en esa importante fase del crecimiento de la ciudad europea, especialmente las no incluidas en el primer escalón de grandes metrópolis (Londres, Paris y Berlin), tuvo lugar todavía por extensión del área urbana ya existente, por continuidad de los tejidos ya consolidados. Hacia 1914, las clases trabajadoras seguían en su mayor parte alojadas en dos ámbitos urbanos primordiales. En primer lugar, en las áreas centrales, tanto en los centros históricos (cada vez más vaciados en Inglaterra, pero donde residía todavía una parte nada despreciable de la clase obrera, en especial en los paises latinos), como en las extensiones más inmediatas a los mismos (àreas de terraces inglesas del siglo XIX y pequeños ensanches obreros centrales). En segundo lugar, en los faubourgs y viejos municipos periféricos, ahora densificados y recrecidos, muchas veces asimilados administrativamente por la gran ciudad. En ciudades del sur como Barcelona, muy conflictivas también en la coyuntura 1917-1920, todo el contingente obrero habitaba en uno u otro de los dos ámbitos citados; las nuevas periferias no habían iniciado todavía su despegue. Es posible que todos esos nuevos crecimientos en continuidad con las formas urbanas antiguas fuesen cada vez menos reivindicativos desde el punto de vista política-sindical y que los nuevos barrios periféricos fuesen los auténticos bastiones del nuevo movimiento obrero, como señala Cronin. O, quizás, que las viejas formas urbanas, las viejas sociabilidades barriales del paisaje heredado de la ciudad del Ochocientos fuesen realmente las decisivas. Pero en cualquier caso la explicación ha de pasar necesariamente por una visión más articulada, más integradora de todas laas áreas obreras de la ciudad. La continuidad de los espacios obreros con las viejas formas urbanas populares, socialmente más mezcladas, era todavía un hecho demasiado evidente al filo de 1914 como para ser ignorado.
La primera cuestión a revisar en la propuesta de Cronin tiene que ver con la magnitud y originalidad del proceso de urbanización entre 1890 y la Primera Guerra Mundial. En el desarrollo de las grandes ciudades europeas de esos años tuvo efectivamente gran importancia el crecimiento de un nuevo barrio periférico como el descrito por Cronin: Saint-Denis en Paris, Battersea o las expansiones de Tottenham y West Ham en Londres, muchas periferias proletarias de las ciudades del Ruhr, buena parte del cinturón industrial de Berlin, Sesto San Giovanni en Milan o Borgo San Paolo en Turin son buenos ejemplos. En buena parte de las ciudades hubo un gran ciclo de la edificación que comenzó hacia 1880-90 y terminó con la llegada de la guerra[20]. Dicho ciclo fue en efecto el iniciador de ese nuevo tipo de barrios periféricos. Cuesta creer sin embargo que ese tipo de crecimientos urbanos dispersos y separados de la ciudad existente constituyera un apartado tan decisivo de la experiencia obrera de la ciudad. Al filo de 1914, esas periferias constituían todavía una fracción no mayoritaria de la vida obrera de la ciudad europea. Gran parte -la mayor parte- de nuevas áreas de trabajadores en esa importante fase del crecimiento de la ciudad europea, especialmente las no incluidas en el primer escalón de grandes metrópolis (Londres, Paris y Berlin), tuvo lugar todavía por extensión del área urbana ya existente, por continuidad de los tejidos ya consolidados. Hacia 1914, las clases trabajadoras seguían en su mayor parte alojadas en dos ámbitos urbanos primordiales. En primer lugar, en las áreas centrales, tanto en los centros históricos (cada vez más vaciados en Inglaterra, pero donde residía todavía una parte nada despreciable de la clase obrera, en especial en los paises latinos), como en las extensiones más inmediatas a los mismos (àreas de terraces inglesas del siglo XIX y pequeños ensanches obreros centrales). En segundo lugar, en los faubourgs y viejos municipos periféricos, ahora densificados y recrecidos, muchas veces asimilados administrativamente por la gran ciudad. En ciudades del sur como Barcelona, muy conflictivas también en la coyuntura 1917-1920, todo el contingente obrero habitaba en uno u otro de los dos ámbitos citados; las nuevas periferias no habían iniciado todavía su despegue. Es posible que todos esos nuevos crecimientos en continuidad con las formas urbanas antiguas fuesen cada vez menos reivindicativos desde el punto de vista política-sindical y que los nuevos barrios periféricos fuesen los auténticos bastiones del nuevo movimiento obrero, como señala Cronin. O, quizás, que las viejas formas urbanas, las viejas sociabilidades barriales del paisaje heredado de la ciudad del Ochocientos fuesen realmente las decisivas. Pero en cualquier caso la explicación ha de pasar necesariamente por una visión más articulada, más integradora de todas laas áreas obreras de la ciudad. La continuidad de los espacios obreros con las viejas formas urbanas populares, socialmente más mezcladas, era todavía un hecho demasiado evidente al filo de 1914 como para ser ignorado.


Tan importante o más que ese ciclo constructivo que termina en 1914 es el que se desarolló en el período de entreguerras. Es el que acabará grabando definitivamente la experiencia del espacio periférico en la vida del obrero urbano europeo. Magri y Topalov dan mucha relevancia en su discusión al cambio experimentado durante la Primera Guerra Mundial. A pesar de que durante el período de entreguerras pesaron enormemente las inercias de la ciudad heredada, muchas cosas no volvieron a ser ya igual a partir de entonces. En primer lugar en el propio crecimiento urbano. La construcción experimentó otro fuerte ciclo entre 1919 y 1939, en algunas ciudades europeas de mayor profunidad que el anterior. Incluso en las ciudades inglesas, con una población casi estancada en ese período, el área urbana experimentó un espectacular crecimiento de un 50%[21]. La auténtica consolidación de la dispersión en ese pais de larga tradición suburbana tuvo lugar efectivamente en esos años. Las grandes ciudades alemanas desarrollaron igualmente nuevas periferias en lugares alejados. En uno y otro caso, y en general en todos los programas nacionales de vivienda subvencionados, los municipios socialdemócratas, el estado o las distintas sociedadades cooperativas y de ahorro, ligados más o menos directamente con el mundo obrero, encontraron en esos terrenos suburbanos, baratos y alejados del centro, la posibilidad de desarrollar un auténtico proyecto de ciudad para las capas populares. La banlieue rouge parisina de las parcelaciones a gran escala, de enorme resonancia en la vida política de la aglomeración, se formó esencialmente en esos años[22]. Esos suburbios dirigieron el crecimiento de Paris desde 1914. En 1930, su población superaba por vez primera a la de la capital. El fenómeno alcanzó también dimensiones no despreciables en muchas ciudades del sur hasta entonces intocadas por una suburbanización obrera geográficamente señalada. Atenas explotó literalmente en su periferia con las ocupaciones de tierras surgidas a raiz de la gran avalancha de inmigrantes retornados de Turquía. En el área urbana de la Barcelona anterior a la Guerra Civil, se había conformado toda una orla de parcelaciones en torno a la vieja ciudad del Ochocientos donde en se alojaba ya más del 15% de la clase obrera[23]. Todas esas nuevas periferias en sus diferentes formas, basadas generalmente en la casa unifamiliar -desde la caseta aislada en propiedad hasta formas más densas en alquiler cercanas a la autoconstrucción de España, Italia, Grecia,.. desde las ciudades jardín municipales, de empleados y aristocracia obrera a las más excepcionales áreas de bloques, encontraron su momento dorado precisamente en el período de entreguerras. El nuevo impulso edificatorio dibujará definitivamente los espacios de acomodo de las clases trabajadoras en los arrabales de la ciudad. Así, junto a los faubourgs, y los espacios más centrales procedentes del siglo XIX se consolidó un tercer espacio ecológico del mundo obrero, un espacio donde la tradicional mezcla de capas populares de las viejas áreas era ahora sustituida por una homogeneidad obrera mucho más neta. La ecología del nuevo suburbio significaba una nueva relación del trabajador con la ciudad. Cronin ha explicado ya sus grandes rasgos en las "periferias de fábricas". Las "periferias dormitorio" se caracterizarán por una serie de trazos definitorios, cambiantes según el tipo de ciudad: distancias más largas a los centros de trabajo y consiguiente carácter dormitorio de los nuevos barrios, gestión municipal del alquiler, propiedad de la vivienda, autoconstrucción, menor densidad, carácter unifamiliar de muchas de las nuevas extensiones, pautas de sociabilidad mucho más primarias.
Tan importante o más que ese ciclo constructivo que termina en 1914 es el que se desarolló en el período de entreguerras. Es el que acabará grabando definitivamente la experiencia del espacio periférico en la vida del obrero urbano europeo. Magri y Topalov dan mucha relevancia en su discusión al cambio experimentado durante la Primera Guerra Mundial. A pesar de que durante el período de entreguerras pesaron enormemente las inercias de la ciudad heredada, muchas cosas no volvieron a ser ya igual a partir de entonces. En primer lugar en el propio crecimiento urbano. La construcción experimentó otro fuerte ciclo entre 1919 y 1939, en algunas ciudades europeas de mayor profunidad que el anterior. Incluso en las ciudades inglesas, con una población casi estancada en ese período, el área urbana experimentó un espectacular crecimiento de un 50%[21]. La auténtica consolidación de la dispersión en ese pais de larga tradición suburbana tuvo lugar efectivamente en esos años. Las grandes ciudades alemanas desarrollaron igualmente nuevas periferias en lugares alejados. En uno y otro caso, y en general en todos los programas nacionales de vivienda subvencionados, los municipios socialdemócratas, el estado o las distintas sociedadades cooperativas y de ahorro, ligados más o menos directamente con el mundo obrero, encontraron en esos terrenos suburbanos, baratos y alejados del centro, la posibilidad de desarrollar un auténtico proyecto de ciudad para las capas populares. La banlieue rouge parisina de las parcelaciones a gran escala, de enorme resonancia en la vida política de la aglomeración, se formó esencialmente en esos años[22]. Esos suburbios dirigieron el crecimiento de Paris desde 1914. En 1930, su población superaba por vez primera a la de la capital. El fenómeno alcanzó también dimensiones no despreciables en muchas ciudades del sur hasta entonces intocadas por una suburbanización obrera geográficamente señalada. Atenas explotó literalmente en su periferia con las ocupaciones de tierras surgidas a raiz de la gran avalancha de inmigrantes retornados de Turquía. En el área urbana de la Barcelona anterior a la Guerra Civil, se había conformado toda una orla de parcelaciones en torno a la vieja ciudad del Ochocientos donde en se alojaba ya más del 15% de la clase obrera[23]. Todas esas nuevas periferias en sus diferentes formas, basadas generalmente en la casa unifamiliar -desde la caseta aislada en propiedad hasta formas más densas en alquiler cercanas a la autoconstrucción de España, Italia, Grecia,.. desde las ciudades jardín municipales, de empleados y aristocracia obrera a las más excepcionales áreas de bloques, encontraron su momento dorado precisamente en el período de entreguerras. El nuevo impulso edificatorio dibujará definitivamente los espacios de acomodo de las clases trabajadoras en los arrabales de la ciudad. Así, junto a los faubourgs, y los espacios más centrales procedentes del siglo XIX se consolidó un tercer espacio ecológico del mundo obrero, un espacio donde la tradicional mezcla de capas populares de las viejas áreas era ahora sustituida por una homogeneidad obrera mucho más neta. La ecología del nuevo suburbio significaba una nueva relación del trabajador con la ciudad. Cronin ha explicado ya sus grandes rasgos en las "periferias de fábricas". Las "periferias dormitorio" se caracterizarán por una serie de trazos definitorios, cambiantes según el tipo de ciudad: distancias más largas a los centros de trabajo y consiguiente carácter dormitorio de los nuevos barrios, gestión municipal del alquiler, propiedad de la vivienda, autoconstrucción, menor densidad, carácter unifamiliar de muchas de las nuevas extensiones, pautas de sociabilidad mucho más primarias.
Línea 64: Línea 64:
A día de hoy, no existe una geografía urbana comparada de las distintas ciudades europeas que permita relacionar con una mínima solidez cualificación obrera, lugar de residencia y segregación espacial. Se asume, como hace el propio Katznelson, que durante el primer siglo XX se produciría una separación todavía mayor del mundo del trabajador respecto a las clases no manuales y, a la vez, una progresiva diferenciación dentro del espacio urbano de los estratos obreros entre sí[27]. Pero ni la geografía ni la historia urbana sobre esta época lo han mostrado con claridad. El estudio de la segregación social del mundo obrero de estos años habría de responder efectivamente a esas dos cuestiones fundamentales. Primero, si existió o no una segregación creciente de pobres y ricos, o si se quiere entre mundo del trabajo manual y no manual. En teoría asistiríamos en 1900-1950 a la consolidación del grado máximo de separación de clases. La segunda cuestión es la constancia o no de separaciones físicas, de una fragmentación entre los diferentes estratos de las clases obreras y populares ¿Existieron sectores de obreros de oficio más acomodados que se separaron en el espacio? ¿Se produjo un aislamiento extremo de obreros no cualificados? ¿Formó el obrero de la nueva fábrica racionalizada áreas sociales específicas? Deberíamos precisar mejor hasta qué punto se quebró la mezcla de estratos sociales característica de muchos barrios populares del Ochocientos.
A día de hoy, no existe una geografía urbana comparada de las distintas ciudades europeas que permita relacionar con una mínima solidez cualificación obrera, lugar de residencia y segregación espacial. Se asume, como hace el propio Katznelson, que durante el primer siglo XX se produciría una separación todavía mayor del mundo del trabajador respecto a las clases no manuales y, a la vez, una progresiva diferenciación dentro del espacio urbano de los estratos obreros entre sí[27]. Pero ni la geografía ni la historia urbana sobre esta época lo han mostrado con claridad. El estudio de la segregación social del mundo obrero de estos años habría de responder efectivamente a esas dos cuestiones fundamentales. Primero, si existió o no una segregación creciente de pobres y ricos, o si se quiere entre mundo del trabajo manual y no manual. En teoría asistiríamos en 1900-1950 a la consolidación del grado máximo de separación de clases. La segunda cuestión es la constancia o no de separaciones físicas, de una fragmentación entre los diferentes estratos de las clases obreras y populares ¿Existieron sectores de obreros de oficio más acomodados que se separaron en el espacio? ¿Se produjo un aislamiento extremo de obreros no cualificados? ¿Formó el obrero de la nueva fábrica racionalizada áreas sociales específicas? Deberíamos precisar mejor hasta qué punto se quebró la mezcla de estratos sociales característica de muchos barrios populares del Ochocientos.


Pocas de estas preguntas tienen una respuesta fundada, principalmente por falta de estudios de base[28]. Los análisis exhaustivos realizados en un par de ciudades (Ver cuadro 1) muestran índices de segregación no tan marcados como los que se podrían esperar para los grupos trabajadores. Dado su elevado nivel de respresentación, las clases obreras, aun concentradas en determinados distritos, eran en realidad ubicuas en la gran ciudad de 1900-1950. Donde sí se detectan niveles muy altos de segregación es en los sectores de alto estatus: las elites eran sin duda las que se encontraban más separadas en 1930, como ya venía ocurriendo desde el siglo XIX[29]. Los obreros eran mucho más dispersos, acusando índices de segregación inferiores a 30, aunque en Barcelona se registraba un alto valor[30]. En esta ciudad, la segregación no se produce radicalmente entre el trabajo manual y el resto de la sociedad urbana, sino que tendería a ser más selectiva: era más elevada cuanto más distanciadas se encontraban las clases de referencia. La diferencia espacial del mundo del trabajo con la del no manual es muy apreciable, pero es sobre todo la del trabajador menos cualificado con respecto a las clases superiores la que es destacadísima (índice de dismilitud 59). La gran oposición espacial entre "dos ciudades", en dos universos enfrentados se observa pues solo si comparamos las clases extremas (la I con la V, esto es el 15% de la elites con el 50% de los trabajadores no cualificados): en medio quedan muchos matices a considerar. Hay que recordar siempre que este tipo de índices miden situaciones "medias" de proximidad o distancia entre clases. En el caso de las ciudades estudiadas tiene además el defecto de que parten de unidades censales más extensas que las consideradas en los estudios de las ciudades victorianas inglesas por lo que los contrastes espaciales tienden a suavizarse. Si nos situamos en cambio "a ras de suelo", en el espacio concreto de la ciudad, las oposiciones aparecen mucho más acentuadas. En el conjunto de nuevas periferias proletarias barcelonesas del período de entreguerras, por ejemplo, la presencia de clases no manuales era una auténtica rareza. La invisibilidad del burgués en la vida cotidiana del barrio era absoluta. Si enfrentamos esos espacios del cinturón obrero que representaban el 15% de la aglomeración urbana al 15 % más rico del Ensanche central y los barrios altos aparecen con una gran nitidez esos dos mundos urbanos enfrentados, esos dos mundos sin contacto que asomaban de cuando en cuando en la prensa anarquista.  
Pocas de estas preguntas tienen una respuesta fundada, principalmente por falta de estudios de base[28]. Los análisis exhaustivos realizados en un par de ciudades (Ver cuadro 1) muestran índices de segregación no tan marcados como los que se podrían esperar para los grupos trabajadores. Dado su elevado nivel de respresentación, las clases obreras, aun concentradas en determinados distritos, eran en realidad ubicuas en la gran ciudad de 1900-1950. Donde sí se detectan niveles muy altos de segregación es en los sectores de alto estatus: las elites eran sin duda las que se encontraban más separadas en 1930, como ya venía ocurriendo desde el siglo XIX[29]. Los obreros eran mucho más dispersos, acusando índices de segregación inferiores a 30, aunque en Barcelona se registraba un alto valor[30]. En esta ciudad, la segregación no se produce radicalmente entre el trabajo manual y el resto de la sociedad urbana, sino que tendería a ser más selectiva: era más elevada cuanto más distanciadas se encontraban las clases de referencia. La diferencia espacial del mundo del trabajo con la del no manual es muy apreciable, pero es sobre todo la del trabajador menos cualificado con respecto a las clases superiores la que es destacadísima (índice de dismilitud 59). La gran oposición espacial entre "dos ciudades", en dos universos enfrentados se observa pues solo si comparamos las clases extremas (la I con la V, esto es el 15% de la elites con el 50% de los trabajadores no cualificados): en medio quedan muchos matices a considerar. Hay que recordar siempre que este tipo de índices miden situaciones "medias" de proximidad o distancia entre clases. En el caso de las ciudades estudiadas tiene además el defecto de que parten de unidades censales más extensas que las consideradas en los estudios de las ciudades victorianas inglesas por lo que los contrastes espaciales tienden a suavizarse. Si nos situamos en cambio "a ras de suelo", en el espacio concreto de la ciudad, las oposiciones aparecen mucho más acentuadas. En el conjunto de nuevas periferias proletarias barcelonesas del período de entreguerras, por ejemplo, la presencia de clases no manuales era una auténtica rareza. La invisibilidad del burgués en la vida cotidiana del barrio era absoluta. Si enfrentamos esos espacios del cinturón obrero que representaban el 15% de la aglomeración urbana al 15 % más rico del Ensanche central y los barrios altos aparecen con una gran nitidez esos dos mundos urbanos enfrentados, esos dos mundos sin contacto que asomaban de cuando en cuando en la prensa anarquista.  


¿Hasta qué punto se siguió acentuando (o no) la segregación social y la consistencia de los barrios obreros? No existe constancia, en buena parte por falta de estudios, de segregación creciente, tanto en el mundo obrero como en el resto. El único trabajo que cubre todo el periodo cronológico muestra el descenso o en todo caso el mantenimiento de todos los índices de segregación y la disminución generalizada de las distancias entre clases. Eso contradice lo esperable y confirma los pocos análisis diacrónicos hechos hasta ahora para el siglo XIX, como el de Ward. Otros estudios, como el de Dobson para el Leipzig de vísperas de la Primera Guerra, muestran en cambio que la mezcla social y la proximidad del mundo obrero con las clases medias y altas de los distritos de la vieja ciudad del s.XIX habían desaparecido en favor de una separación mucho más acentuada entre el conjunto de la clase trabajadora y las clases no manuales[31].  
¿Hasta qué punto se siguió acentuando (o no) la segregación social y la consistencia de los barrios obreros? No existe constancia, en buena parte por falta de estudios, de segregación creciente, tanto en el mundo obrero como en el resto. El único trabajo que cubre todo el periodo cronológico muestra el descenso o en todo caso el mantenimiento de todos los índices de segregación y la disminución generalizada de las distancias entre clases. Eso contradice lo esperable y confirma los pocos análisis diacrónicos hechos hasta ahora para el siglo XIX, como el de Ward. Otros estudios, como el de Dobson para el Leipzig de vísperas de la Primera Guerra, muestran en cambio que la mezcla social y la proximidad del mundo obrero con las clases medias y altas de los distritos de la vieja ciudad del s.XIX habían desaparecido en favor de una separación mucho más acentuada entre el conjunto de la clase trabajadora y las clases no manuales[31].  


En los casos que conocemos de ciudades latinas, la proximidad del jornalero con el obrero cualificado parece todavía grande al final de nuestro periodo. Los artesanos y obreros de oficio aparecen la mitad de segregados en el espacio urbano que los no cualificados: sus repartos se ajustan mucho mejor a la "media" de la ciudad. Si el trabajador no cualificado era ubicuo, el artesano y el obrero cualificado todavía lo eran mucho más (el doble), a pesar de ser su número menor. Dentro del mundo obrero, solo existían niveles de segregación relativamente importantes en el caso de algunos grupos étnicos, caso de los irlandeses en las ciudades británicas, murcianos y andaluces en Barcelona, o italianos y polacos en el Paris de entreguerras. No formaban guettos exclusivos, sino que se concentraban de manera "nuclear" en determinados enclaves del espacio urbano donde diferentes regiones o nacionalidades compartían espacios comunes de intercambio y sociabilidad[32].  
En los casos que conocemos de ciudades latinas, la proximidad del jornalero con el obrero cualificado parece todavía grande al final de nuestro periodo. Los artesanos y obreros de oficio aparecen la mitad de segregados en el espacio urbano que los no cualificados: sus repartos se ajustan mucho mejor a la "media" de la ciudad. Si el trabajador no cualificado era ubicuo, el artesano y el obrero cualificado todavía lo eran mucho más (el doble), a pesar de ser su número menor. Dentro del mundo obrero, solo existían niveles de segregación relativamente importantes en el caso de algunos grupos étnicos, caso de los irlandeses en las ciudades británicas, murcianos y andaluces en Barcelona, o italianos y polacos en el Paris de entreguerras. No formaban guettos exclusivos, sino que se concentraban de manera "nuclear" en determinados enclaves del espacio urbano donde diferentes regiones o nacionalidades compartían espacios comunes de intercambio y sociabilidad[32].  


En suma, los escasos estudios disponibles, debido seguramente al gran tamaño de las unidades espaciales de medida, no reflejan todavía de manera marcada ni la existencia de una nueva segregación obrera que habría alcanzado su cénit antes del segundo conflicto bélico ni la fragmentación espacial esperada entre los distintos estratos de la clase trabajadora. Solo análisis más detallados de áreas concretas de la ciudad, como los estudios del cinturón obrero de París muestran tanto la nueva homogeneidad obrera de los distintos enclaves periféricos, como una diversidad hecha de especializaciones zonales donde obreros cualificados de fábrica, jornaleros poco o nada cualificados y empleados caracterizaban con pesos muy diversos las distintas áreas[33]. Ese caracter multiforme y fragmentado se relacionaba con la variable decantación política de los suburbios considerados. La orientación socialista del Suresnes de Henry Sellier, la comunista de Ivry, la anarquista de la Torrassa o las Casas Baratas de Barcelona tuvieron sin duda que ver, más allá de particulares coyunturas nacionales, con la diferente composición de clase que los caracterizaba.
En suma, los escasos estudios disponibles, debido seguramente al gran tamaño de las unidades espaciales de medida, no reflejan todavía de manera marcada ni la existencia de una nueva segregación obrera que habría alcanzado su cénit antes del segundo conflicto bélico ni la fragmentación espacial esperada entre los distintos estratos de la clase trabajadora. Solo análisis más detallados de áreas concretas de la ciudad, como los estudios del cinturón obrero de París muestran tanto la nueva homogeneidad obrera de los distintos enclaves periféricos, como una diversidad hecha de especializaciones zonales donde obreros cualificados de fábrica, jornaleros poco o nada cualificados y empleados caracterizaban con pesos muy diversos las distintas áreas[33]. Ese caracter multiforme y fragmentado se relacionaba con la variable decantación política de los suburbios considerados. La orientación socialista del Suresnes de Henry Sellier, la comunista de Ivry, la anarquista de la Torrassa o las Casas Baratas de Barcelona tuvieron sin duda que ver, más allá de particulares coyunturas nacionales, con la diferente composición de clase que los caracterizaba.
Línea 79: Línea 79:
Si bien la diferencia de movilidad residencial siguió siendo marcada entre el mundo del trabajo manual y el del no manual, no existen datos incontrovertibles sobre el diferente grado de movilidadd entre obreros cualificados y no cualificados. Para Lyon esas diferencias parecen nimias. Magri y Topalov apuntan en cambio que es posible que el período de entreguerras se caracterice por una diferenciación nueva entre poblaciones obreras fijadas a su vivienda y poblaciones extremadamente móviles -recién llegados al mercado inmobiliario, jóvenes hogares, nuevos inmigrantes[56]. Al ser la propiedad de la casa un potente factor de anclaje, los trabajadores cualificados, los que más participaron en estas formas de tenencia en términos relativos, serían los elementos que aportasen estabilidad a los nuevos barrios. Es lo que hemos podido comprobar recientemente en la Colonia Castells, un barrio proletario barcelonés donde no falta una pequeña capa de obreros propietarios. La mayor estabilidad en los nuevos barrios era sin embargo la otra cara de la inestabilidad, de los cambios creados en los viejos como consecuencia de la mudanza. Los trabajadores más cualificados, los que tenían los más altos salarios o mayores expectativas de prosperar, iniciaron sin duda una gran emigración hacia la periferia o hacia otros barrios alejados que alteró profundamente sus hábitos de sociabilidad. Seguramente cambiaron menos de casa durante su vida que el obrero no cualificado, pero cuando lo hicieron, fue para alejarse definitivamente del barrio tradicional. El desplazamiento de largo radio, esto es, el cambio de barrio de residencia, solía asociarse a la mejora de la situación económica, una mejora inscrita en una experiencia más global de la ciudad. Es lo que Maurizio Gribaudi reconstruye minuciosamente en las trayectorias individuales de los obreros turineses. La movilidad social ascendente se relaciona positivamente con los desplazamientos urbanos de largo radio, con los cambios de barrio, y con la residencia en barrios socialmente "híbridos", mientras que la estanqueidad, la permanencia en la condición obrera, se asocia por el contrario con la larga estabilidad residencial en los barrios más específicamente trabajadores[57].
Si bien la diferencia de movilidad residencial siguió siendo marcada entre el mundo del trabajo manual y el del no manual, no existen datos incontrovertibles sobre el diferente grado de movilidadd entre obreros cualificados y no cualificados. Para Lyon esas diferencias parecen nimias. Magri y Topalov apuntan en cambio que es posible que el período de entreguerras se caracterice por una diferenciación nueva entre poblaciones obreras fijadas a su vivienda y poblaciones extremadamente móviles -recién llegados al mercado inmobiliario, jóvenes hogares, nuevos inmigrantes[56]. Al ser la propiedad de la casa un potente factor de anclaje, los trabajadores cualificados, los que más participaron en estas formas de tenencia en términos relativos, serían los elementos que aportasen estabilidad a los nuevos barrios. Es lo que hemos podido comprobar recientemente en la Colonia Castells, un barrio proletario barcelonés donde no falta una pequeña capa de obreros propietarios. La mayor estabilidad en los nuevos barrios era sin embargo la otra cara de la inestabilidad, de los cambios creados en los viejos como consecuencia de la mudanza. Los trabajadores más cualificados, los que tenían los más altos salarios o mayores expectativas de prosperar, iniciaron sin duda una gran emigración hacia la periferia o hacia otros barrios alejados que alteró profundamente sus hábitos de sociabilidad. Seguramente cambiaron menos de casa durante su vida que el obrero no cualificado, pero cuando lo hicieron, fue para alejarse definitivamente del barrio tradicional. El desplazamiento de largo radio, esto es, el cambio de barrio de residencia, solía asociarse a la mejora de la situación económica, una mejora inscrita en una experiencia más global de la ciudad. Es lo que Maurizio Gribaudi reconstruye minuciosamente en las trayectorias individuales de los obreros turineses. La movilidad social ascendente se relaciona positivamente con los desplazamientos urbanos de largo radio, con los cambios de barrio, y con la residencia en barrios socialmente "híbridos", mientras que la estanqueidad, la permanencia en la condición obrera, se asocia por el contrario con la larga estabilidad residencial en los barrios más específicamente trabajadores[57].


La menor movilidad residencial para el conjunto de la clase obrera quedaba contrarrestada por un decidido aumento de la movilidad cotidiana. Desde 1900, con la electrificación y sobre todo con la municipalización -especialmente en las ciudades de Centro Europa y Europa Oeste- se produjo la definitiva democratización y la consolidación de un transporte urbano de masas[58]. En los primeros años de la electrificación se abarataron las tarifas en un 50% como término medio en ciudades europeas con municipalización, mientras que en otras ciudades del sur sin municipalización, caso de Barcelona, la democratización fue algo más lenta: las tarifas de hecho se mantuvieron en los niveles previos de la época de la tracción animal y la democratización fue solo efectiva a partir de 1914. La repercusión de las tarifas en el salario obrero medio seguía siendo alta, como en la Atenas de 1910, donde todavía era del 10-15%. Solo después de la Primera Guerra Mundial se pasó en Barcelona de una repercusión del 7-8% para un obrero de fábrica cualificado y un 10-12% para uno no cualificado a una repercusión del 3 y el 5% respectivamente[59].
La menor movilidad residencial para el conjunto de la clase obrera quedaba contrarrestada por un decidido aumento de la movilidad cotidiana. Desde 1900, con la electrificación y sobre todo con la municipalización -especialmente en las ciudades de Centro Europa y Europa Oeste- se produjo la definitiva democratización y la consolidación de un transporte urbano de masas[58]. En los primeros años de la electrificación se abarataron las tarifas en un 50% como término medio en ciudades europeas con municipalización, mientras que en otras ciudades del sur sin municipalización, caso de Barcelona, la democratización fue algo más lenta: las tarifas de hecho se mantuvieron en los niveles previos de la época de la tracción animal y la democratización fue solo efectiva a partir de 1914. La repercusión de las tarifas en el salario obrero medio seguía siendo alta, como en la Atenas de 1910, donde todavía era del 10-15%. Solo después de la Primera Guerra Mundial se pasó en Barcelona de una repercusión del 7-8% para un obrero de fábrica cualificado y un 10-12% para uno no cualificado a una repercusión del 3 y el 5% respectivamente[59].


Si hasta 1900, el obrero "seguía a la fábrica" y cambiaba de domicilio en función de sus nuevos empleos, durante 1900-1950, el fenómeno del alargamiento de los desplazamientos al trabajo fue general, afectando claramente a todos los sectores obreros y populares. El caso de Londres y las ciudades británicas ha sido estudiado en una serie de larga duración: Antes de 1939 la distancia media recorrida al trabajo se situaría entre 11 y 21 km en la capital y entre 4 y 7 km para la media británica. En Barcelona se situaría entre 1,7 y 1,9 km[60]. Durante la primera mitad de siglo se consolidó pues, en Gran Bretaña al menos, la definitiva disociación entre lugar de trabajo y docimilio. ¿Reflejan esas cifras la generalidad de grandes ciudades europeas continentales? La sensación es que para Paris, y las grandes ciudades en Alemania, en Bélgica, se acabó produciendo muy claramente esa escisión. Otras ciudades como Viena, San Petersburgo o Barcelona habrían tardado más en entrar en dicha dinámica[61]. En el cuadro 5, se han comparado las cifras barcelonesas con las inglesas al nivel agregado de ciudad. Se comprueba que la situación es muy diferente entre dos ciudades muy similares en tamaño (Barcelona y Birmingham), y radicalmente diferente comparada con el caso de Londres: mientras que en BCN al menos dos tercios de los obreros caminan a las fábricas, en Birmingham (tomando todo tipo de empresas y trabajos) esa cifra es solo de menos de un tercio y en los council estates del LCC, no llegaba a un 20%. Esa misma disparidad es observable al comparar los datos de algunas empresas en siete grandes ciudades inglesas: solo en un caso de los 12 considerados, se sobrepasa la cifra de un 25% de obreros que caminan al trabajo[62].  
Si hasta 1900, el obrero "seguía a la fábrica" y cambiaba de domicilio en función de sus nuevos empleos, durante 1900-1950, el fenómeno del alargamiento de los desplazamientos al trabajo fue general, afectando claramente a todos los sectores obreros y populares. El caso de Londres y las ciudades británicas ha sido estudiado en una serie de larga duración: Antes de 1939 la distancia media recorrida al trabajo se situaría entre 11 y 21 km en la capital y entre 4 y 7 km para la media británica. En Barcelona se situaría entre 1,7 y 1,9 km[60]. Durante la primera mitad de siglo se consolidó pues, en Gran Bretaña al menos, la definitiva disociación entre lugar de trabajo y docimilio. ¿Reflejan esas cifras la generalidad de grandes ciudades europeas continentales? La sensación es que para Paris, y las grandes ciudades en Alemania, en Bélgica, se acabó produciendo muy claramente esa escisión. Otras ciudades como Viena, San Petersburgo o Barcelona habrían tardado más en entrar en dicha dinámica[61]. En el cuadro 5, se han comparado las cifras barcelonesas con las inglesas al nivel agregado de ciudad. Se comprueba que la situación es muy diferente entre dos ciudades muy similares en tamaño (Barcelona y Birmingham), y radicalmente diferente comparada con el caso de Londres: mientras que en BCN al menos dos tercios de los obreros caminan a las fábricas, en Birmingham (tomando todo tipo de empresas y trabajos) esa cifra es solo de menos de un tercio y en los council estates del LCC, no llegaba a un 20%. Esa misma disparidad es observable al comparar los datos de algunas empresas en siete grandes ciudades inglesas: solo en un caso de los 12 considerados, se sobrepasa la cifra de un 25% de obreros que caminan al trabajo[62].  


El impacto progresivo del abaratamiento de tarifas en el mundo obrero se refleja en el alargamiento escalonado de la movilidad por cualificación, género y edad. La entrada de la clase obrera en el transporte y la separación trabajo-domicilio tuvo lugar "en fases", con la participación primero de los sectores más cualificados y mejor pagados y solo después de los menos cualificados. Ese fenómeno es aparente en París ya hacia 1912. En las ciudades inglesas de finales de los treinta, parece que el alargamiento generalizado de los desplazamientos afectaba ya a todo tipo de cualificación. No eran palbables las diferencias entre empleados de oficina de las fábricas y obreros manuales, ni tampoco entre cabezas de familia obreros y otros miembros familiares. Solo aparecía como claramente destacable la mayor proximidad en el caso de las mujeres[63].
El impacto progresivo del abaratamiento de tarifas en el mundo obrero se refleja en el alargamiento escalonado de la movilidad por cualificación, género y edad. La entrada de la clase obrera en el transporte y la separación trabajo-domicilio tuvo lugar "en fases", con la participación primero de los sectores más cualificados y mejor pagados y solo después de los menos cualificados. Ese fenómeno es aparente en París ya hacia 1912. En las ciudades inglesas de finales de los treinta, parece que el alargamiento generalizado de los desplazamientos afectaba ya a todo tipo de cualificación. No eran palbables las diferencias entre empleados de oficina de las fábricas y obreros manuales, ni tampoco entre cabezas de familia obreros y otros miembros familiares. Solo aparecía como claramente destacable la mayor proximidad en el caso de las mujeres[63].
Línea 94: Línea 94:
La visión de los que conciben el barrio obrero como soporte de la movilización social, se asienta como pilar fundamental en la idea de una gran cohesión interna. Tal cohesión deriva de la existencia de redes de sociabilidad más o menos formales que posibilitaron la construcción de auténticas comunidades obreras. Los estudios sociológicos de la segunda postguerra fueron los primeros en reconocer esas relaciones entre subáreas ecológicas y modos de vida[66]. El común denominador de los barrios analizados, slums sobre todo de las zonas centrales, era una larga historia de inmmovilidad personal, ocupacional y residencial, que resultaba en un estrechamiento, de los lazos de parentesco y de amistad. ¿Hasta qué punto son ciertas estas apreciaciones y en qué medida se conformaron comunidades obreras y populares donde se definió un "nosotros" frente al exterior. ¿En qué medida liga esta pintura de la segunda posguerra con la evolución real de los barrios obreros y populares?
La visión de los que conciben el barrio obrero como soporte de la movilización social, se asienta como pilar fundamental en la idea de una gran cohesión interna. Tal cohesión deriva de la existencia de redes de sociabilidad más o menos formales que posibilitaron la construcción de auténticas comunidades obreras. Los estudios sociológicos de la segunda postguerra fueron los primeros en reconocer esas relaciones entre subáreas ecológicas y modos de vida[66]. El común denominador de los barrios analizados, slums sobre todo de las zonas centrales, era una larga historia de inmmovilidad personal, ocupacional y residencial, que resultaba en un estrechamiento, de los lazos de parentesco y de amistad. ¿Hasta qué punto son ciertas estas apreciaciones y en qué medida se conformaron comunidades obreras y populares donde se definió un "nosotros" frente al exterior. ¿En qué medida liga esta pintura de la segunda posguerra con la evolución real de los barrios obreros y populares?


Por lo que se refiere a la sociabilidad más primaria, existen suficientes datos para confirmar la indiscutible fuerza de las relaciones sociales que se anudaban en torno al barrio obrero. Constatadas al menos desde mediados del siglo XIX y asentadas en una prolongada permanencia residencial dentro de un espacio restringido, las redes de parentesco, el vecindario y las relaciones comunitarias más elementales, se mantuvieron vivas durante el primer siglo XX contribuyendo a reforzar lazos sociales sobre bases muy claras de territorialidad. En el nivel más bajo de la sociabilidad primaria, un nivel cuasi etnológico, Young y Willmott descubrieron en las relaciones de parentesco del Bethnal Green londinense de los años 50 un cemento de cohesión de primer magnitud. En determinados barrios obreros se producía un papel magnificado de la familia extensa: muchas veces se cohabitaba con parientes; otras, el padre, la madre o los hermanos vivían a la vuelta de la esquina. La constancia de relaciones de proximidad basadas en el parentesco la he podido confirmar en el caso de seis barrios obreros barceloneses muy diversos del periodo de entreguerras. En pequeños espacios de unos mil habitantes, de un 40 a un 50% de los hogares estaban caracterizados por la cohabitación o por la gran proximidad física de parientes en primer grado (distancias entre domicilios inferiores a los 200 metros). Si contempláramos un ámbito espacial mayor, unos 7000 habitantes, del 50% al 70 % de los hogares estaría en esa situación[67].
Por lo que se refiere a la sociabilidad más primaria, existen suficientes datos para confirmar la indiscutible fuerza de las relaciones sociales que se anudaban en torno al barrio obrero. Constatadas al menos desde mediados del siglo XIX y asentadas en una prolongada permanencia residencial dentro de un espacio restringido, las redes de parentesco, el vecindario y las relaciones comunitarias más elementales, se mantuvieron vivas durante el primer siglo XX contribuyendo a reforzar lazos sociales sobre bases muy claras de territorialidad. En el nivel más bajo de la sociabilidad primaria, un nivel cuasi etnológico, Young y Willmott descubrieron en las relaciones de parentesco del Bethnal Green londinense de los años 50 un cemento de cohesión de primer magnitud. En determinados barrios obreros se producía un papel magnificado de la familia extensa: muchas veces se cohabitaba con parientes; otras, el padre, la madre o los hermanos vivían a la vuelta de la esquina. La constancia de relaciones de proximidad basadas en el parentesco la he podido confirmar en el caso de seis barrios obreros barceloneses muy diversos del periodo de entreguerras. En pequeños espacios de unos mil habitantes, de un 40 a un 50% de los hogares estaban caracterizados por la cohabitación o por la gran proximidad física de parientes en primer grado (distancias entre domicilios inferiores a los 200 metros). Si contempláramos un ámbito espacial mayor, unos 7000 habitantes, del 50% al 70 % de los hogares estaría en esa situación[67].


El vecindario más próximo se implicaba también en relaciones de ayuda mutua, habitualmente vehiculadas por las mujeres. Adoptaba formas diversas, desde la simple amistad entre vecinos y el préstamo de dinero, a los pequeños favores ocasionales; desde el cuidado de los niños (hasta un 30% de madres trabajadoras londinenses dejaban a sus hijos al cuidado de las vecinas) y las ayudas relacionadas con la economía doméstica -lavado de ropa, trabajos varios.- hasta el simple "cotilleo". Numerosos testimonios orales recogidos en ciudades británicas ilustran este tipo de lazos, no tan estrechos como los de parentesco ciertamente, pero prefiguradores con frecuencia de futuras relaciones familiares. Lo mismo podemos decir de la amistad, no siempre restringida a la mínima esfera del vecindario. A través de las actas matrimoniales se ha podido localizar la residencia de los amigos testigos, frecuentemente vecinos del mismo distrito de los contrayentes. Gribaudi ha podido reconstruir con testimonios orales las vivencias y trayectorias de un grupo de amigos asentados en un vecindario del Borgo San Paolo turinés[68].
El vecindario más próximo se implicaba también en relaciones de ayuda mutua, habitualmente vehiculadas por las mujeres. Adoptaba formas diversas, desde la simple amistad entre vecinos y el préstamo de dinero, a los pequeños favores ocasionales; desde el cuidado de los niños (hasta un 30% de madres trabajadoras londinenses dejaban a sus hijos al cuidado de las vecinas) y las ayudas relacionadas con la economía doméstica -lavado de ropa, trabajos varios.- hasta el simple "cotilleo". Numerosos testimonios orales recogidos en ciudades británicas ilustran este tipo de lazos, no tan estrechos como los de parentesco ciertamente, pero prefiguradores con frecuencia de futuras relaciones familiares. Lo mismo podemos decir de la amistad, no siempre restringida a la mínima esfera del vecindario. A través de las actas matrimoniales se ha podido localizar la residencia de los amigos testigos, frecuentemente vecinos del mismo distrito de los contrayentes. Gribaudi ha podido reconstruir con testimonios orales las vivencias y trayectorias de un grupo de amigos asentados en un vecindario del Borgo San Paolo turinés[68].


La pervivencia de la comunidad barrial como elemento base de la sociabilidad aparece confirmada en los comportamientos matrimoniales. Los domicilios declarados por los esposos antes de la boda en las actas reflejan una destacadísima endogamia geográfica. Diversos estudios nos muestran que muy a menudo los futuros cónyuges se conocieron en el barrio. En las ciudades inglesas del cambio de siglo, por ejemplo, hasta un 80% de los contrayentes provenían del mismo distrito -cosa que solo se daba en un 25% de los casos de la burguesía. El suburbio parisino de Belleville, predominantemente ocupado por obreros cualificados y artesanos, era también en 1910 un espacio de encuentro de los futuros esposos. Hasta un 48% habitaban en el mismo inmueble. En los obreros inmigrantes turineses que estudia Gribaudi durante el primer tercio de siglo, los matrimonios entre parejas que residían en el mismo barrio, a poca distancia entre ellos, llegaba a un 60%. No son los únicos ejemplos. En dos barrios londineses de los años veinte, del 42 al 51% de noviazgos se producían en la misma calle, con un 25% adicional si considerásemos la parroquia en su conjunto. En diversos barrios trabajadores del centro y de los suburbios populares de Barcelona se constata también la existencia de una gran endogamia de barrrio, con distancias medias para futuros conyuges de 200 a 400 metros durante esa misma década. Más de una cuarta parte de las uniones se realizaban entre vecinos de escalera o de finca. Solo una tercera parte de los contrayentes de la Barceloneta de 1935 por ejemplo salió del barrio para buscar pareja[69].
La pervivencia de la comunidad barrial como elemento base de la sociabilidad aparece confirmada en los comportamientos matrimoniales. Los domicilios declarados por los esposos antes de la boda en las actas reflejan una destacadísima endogamia geográfica. Diversos estudios nos muestran que muy a menudo los futuros cónyuges se conocieron en el barrio. En las ciudades inglesas del cambio de siglo, por ejemplo, hasta un 80% de los contrayentes provenían del mismo distrito -cosa que solo se daba en un 25% de los casos de la burguesía. El suburbio parisino de Belleville, predominantemente ocupado por obreros cualificados y artesanos, era también en 1910 un espacio de encuentro de los futuros esposos. Hasta un 48% habitaban en el mismo inmueble. En los obreros inmigrantes turineses que estudia Gribaudi durante el primer tercio de siglo, los matrimonios entre parejas que residían en el mismo barrio, a poca distancia entre ellos, llegaba a un 60%. No son los únicos ejemplos. En dos barrios londineses de los años veinte, del 42 al 51% de noviazgos se producían en la misma calle, con un 25% adicional si considerásemos la parroquia en su conjunto. En diversos barrios trabajadores del centro y de los suburbios populares de Barcelona se constata también la existencia de una gran endogamia de barrrio, con distancias medias para futuros conyuges de 200 a 400 metros durante esa misma década. Más de una cuarta parte de las uniones se realizaban entre vecinos de escalera o de finca. Solo una tercera parte de los contrayentes de la Barceloneta de 1935 por ejemplo salió del barrio para buscar pareja[69].


La importancia del factor proximidad en las distintas escalas de relación -de vecinos, de residentes en la misma calle, en el mismo barrio- es incuestionable. Las redes de parentesco, de vecindario y amistad o las implicadas en el espacio del cortejo entre futuros esposos, se fraguaron en gran medida en la esfera del barrio y generaron una territorialidad que probablemente llegó a su punto culminante en las primeras décadas del siglo XX. La calle fue su ámbito de desarrollo fundamental. "La calle constituía el más amplio y accesible foro de la vida comunal (especialmente) de los más pobres"[70]. El otro rasgo primordial de todas estas relaciones es que estaban canalizadas en gran medida por las mujeres. Ese carácter "matrilocal" es indiscutible en las relaciones de parentesco, en las de vecindario, en los matrimonios.... Las conexiones entre familias de las distintas viviendas, tanto en el Est End londinense como en los barrios obreros de Barcelona, estaban vehiculadas fundamentalmente por las esposas (la proporción correspondiente a las esposas y los esposos era aproximadamente de un 70% frente a un 30%). Era la madre la que estaba primordialmente ligada a la esfera de la casa y al mundo femenino más próximo de la charla ocasional con las vecinas. Y era asímismo la futura esposa la que solía atraer al novio a casarse en su parroquia y, más tarde, a sus espacios familiares. Todas esas relaciones de sociabilidad primaria, relaciones que significan distancias más cortas, eran preeminentemente femeninas[71]. En las distancias más largas, en el espacio más amplio del barrio, de la ciudad, es el hombre el que suele dominar, como hemos visto al analizar los desplazamientos domicilio-trabajo.
La importancia del factor proximidad en las distintas escalas de relación -de vecinos, de residentes en la misma calle, en el mismo barrio- es incuestionable. Las redes de parentesco, de vecindario y amistad o las implicadas en el espacio del cortejo entre futuros esposos, se fraguaron en gran medida en la esfera del barrio y generaron una territorialidad que probablemente llegó a su punto culminante en las primeras décadas del siglo XX. La calle fue su ámbito de desarrollo fundamental. "La calle constituía el más amplio y accesible foro de la vida comunal (especialmente) de los más pobres"[70]. El otro rasgo primordial de todas estas relaciones es que estaban canalizadas en gran medida por las mujeres. Ese carácter "matrilocal" es indiscutible en las relaciones de parentesco, en las de vecindario, en los matrimonios.... Las conexiones entre familias de las distintas viviendas, tanto en el Est End londinense como en los barrios obreros de Barcelona, estaban vehiculadas fundamentalmente por las esposas (la proporción correspondiente a las esposas y los esposos era aproximadamente de un 70% frente a un 30%). Era la madre la que estaba primordialmente ligada a la esfera de la casa y al mundo femenino más próximo de la charla ocasional con las vecinas. Y era asímismo la futura esposa la que solía atraer al novio a casarse en su parroquia y, más tarde, a sus espacios familiares. Todas esas relaciones de sociabilidad primaria, relaciones que significan distancias más cortas, eran preeminentemente femeninas[71]. En las distancias más largas, en el espacio más amplio del barrio, de la ciudad, es el hombre el que suele dominar, como hemos visto al analizar los desplazamientos domicilio-trabajo.
Línea 106: Línea 106:
Los lazos comunitarios de carácter más formal, las instituciones de sociabilidad secundaria, han recibido mucha atención en los últimos años. Incluso en circunstancias difíciles, como la época de la Dictadura en Barcelona, existió un elevado grado de sociabilidad de las clases trabajadoras. Al margen del asociacionismo de la política formal, ese fue el principal instrumento de articulación de la clase obrera. Todo tipo de asociaciones, desde las procedentes de la tradición del Ochocientos hasta las más propias de estos años, como el deporte, se desplegaron profusamente en el ámbito del barrio y del pequeño localismo[73]. Esa indudable dimensión local, seguramente nunca fue alcanzada en otro momento histórico. Pero en determinadas actividades, o en determinadas culturas políticas, ese asociacionismo estaba también articulado al nivel de toda la ciudad. Unas veces asociaciones dedicadas a la misma acitividad sobrepasaban las fronteras del barrio para organizarse a la escala urbana más amplia. Otras, asociaciones de todo tipo, desde las más estrictamente políticas como las sedes locales de partido, hasta los clubs de gimnasia, llegaban a formar una auténtica contra-cultura proletaria coordinada bajo la dirección de los partidos socialdemócratas. La cultura obrera fue más militante en aquellas ciudades donde no hubo solo una poderosa vida asociativa debarrio, sino también una coordinación a nivel urbano.  
Los lazos comunitarios de carácter más formal, las instituciones de sociabilidad secundaria, han recibido mucha atención en los últimos años. Incluso en circunstancias difíciles, como la época de la Dictadura en Barcelona, existió un elevado grado de sociabilidad de las clases trabajadoras. Al margen del asociacionismo de la política formal, ese fue el principal instrumento de articulación de la clase obrera. Todo tipo de asociaciones, desde las procedentes de la tradición del Ochocientos hasta las más propias de estos años, como el deporte, se desplegaron profusamente en el ámbito del barrio y del pequeño localismo[73]. Esa indudable dimensión local, seguramente nunca fue alcanzada en otro momento histórico. Pero en determinadas actividades, o en determinadas culturas políticas, ese asociacionismo estaba también articulado al nivel de toda la ciudad. Unas veces asociaciones dedicadas a la misma acitividad sobrepasaban las fronteras del barrio para organizarse a la escala urbana más amplia. Otras, asociaciones de todo tipo, desde las más estrictamente políticas como las sedes locales de partido, hasta los clubs de gimnasia, llegaban a formar una auténtica contra-cultura proletaria coordinada bajo la dirección de los partidos socialdemócratas. La cultura obrera fue más militante en aquellas ciudades donde no hubo solo una poderosa vida asociativa debarrio, sino también una coordinación a nivel urbano.  


Hasta 1914 al menos, las asociaciones obreras y populares, fueron esenciales para estrechar los lazos comunitarios de la cultura obrera. Clubes obreros, ateneos, cooperativas de consumo, sociedades de socorros mutuos, formaban una tupida red de localizaciones urbanas que cubría buena parte de los barrios obreros de muchas ciudades europeas. Las sedes locales de los partidos políticos socialistas -que funcionaban muchas veces como centros culturales y de sociabilidad de barrio-, y las secciones sindicales de los nuevos sindicatos de masas venían a complementar la función de aquellas asociaciones, de carácter más apolítico. Hay que recordar que la definitiva afirmación de masas del SPD o el crecimiento del Partido Laborista se basaron en una organización con base barrial, con precisas tareas de los militantes para controlar espacios vecinales determinados, hacer propaganda electoral o recoger cuotas. Su empuje electoral en los distritos obreros es inconcebible sin un profundo enraizamiento en el territorio local[74]. En los paises germánicos, el asociacionismo de confesión socialdemócrata, un asociacionismo que iba del barrio a la ciudad, tuvo un enorme papel en la provisión de todo tipo de servicios a la población obrera, desde la asistencia sanitaria, hasta las actividades deportivas. Leipzig, por ejemplo, tenía dos gigantescas asociaciones gestionadas por el SPD, la Caja Popular de Seguros de Enfermedad, que contaba como asociados a cerca de la mitad de los obreros de la ciudad, y la Asociación de Consumo Leipzig-Plagwitz, cuyos miembros representaban a más de la cuarta parte de las familias. Disponía de un gran local central y 72 sucursales de barrio. Otra organización del partido dirigía una biblioteca central y organizaba numerosas actuaciones en los teatros locales. Nueve mil miembros del Club de Gimnastas Libres se organizaban en los 80 clubs de barrio. Clubes ciclistas obreros, orfeones, juventudes del partido, completaban una oferta cultural que fue esencial en el proceso de formación de clase. Pero el ejemplo más acabado de coordinación entre lo local y lo urbano bajo la bandera de la nueva contracultura proletaria fue Viena. Ampliando la esfera de influencia de la lucha política y sindical, las asociaciones de ocio y asistencia ofrecían protección a las familias obreras prácticamente "desde la cuna hasta la tumba". Todas las posibilidades del ocio organizado tenían cabida bajo el amparo protector de la socialdemocracia, desde las corales a los clubs de natación, desde las sociedades de Amigos de la Naturaleza a los bailes populares. El momento de máximo esplendor llegaría al terminar la guerra cuando la municipalidad fue dirigida por el propio Partido y las instituciones se concretaron en una nueva arquitectura[75]. En las ciudades británicas, el movimiento cooperativista construyó tiendas en la mayor parte de barrios y grandes almacenes en el centro de las ciudades. La afiliación rondaba los cuatro millones de socios durante la guerra. Las asociaciones de socorros mutuos -friendly societies- tuvieron también un gran desarrollo y hacia 1911 la mitad de la población masculina adulta estaba asociada a una u otra de sus variantes. Como en los países germánicos, estaban radicadas en los barrios y coordinadas a nivel central de ciudad[76].  
Hasta 1914 al menos, las asociaciones obreras y populares, fueron esenciales para estrechar los lazos comunitarios de la cultura obrera. Clubes obreros, ateneos, cooperativas de consumo, sociedades de socorros mutuos, formaban una tupida red de localizaciones urbanas que cubría buena parte de los barrios obreros de muchas ciudades europeas. Las sedes locales de los partidos políticos socialistas -que funcionaban muchas veces como centros culturales y de sociabilidad de barrio-, y las secciones sindicales de los nuevos sindicatos de masas venían a complementar la función de aquellas asociaciones, de carácter más apolítico. Hay que recordar que la definitiva afirmación de masas del SPD o el crecimiento del Partido Laborista se basaron en una organización con base barrial, con precisas tareas de los militantes para controlar espacios vecinales determinados, hacer propaganda electoral o recoger cuotas. Su empuje electoral en los distritos obreros es inconcebible sin un profundo enraizamiento en el territorio local[74]. En los paises germánicos, el asociacionismo de confesión socialdemócrata, un asociacionismo que iba del barrio a la ciudad, tuvo un enorme papel en la provisión de todo tipo de servicios a la población obrera, desde la asistencia sanitaria, hasta las actividades deportivas. Leipzig, por ejemplo, tenía dos gigantescas asociaciones gestionadas por el SPD, la Caja Popular de Seguros de Enfermedad, que contaba como asociados a cerca de la mitad de los obreros de la ciudad, y la Asociación de Consumo Leipzig-Plagwitz, cuyos miembros representaban a más de la cuarta parte de las familias. Disponía de un gran local central y 72 sucursales de barrio. Otra organización del partido dirigía una biblioteca central y organizaba numerosas actuaciones en los teatros locales. Nueve mil miembros del Club de Gimnastas Libres se organizaban en los 80 clubs de barrio. Clubes ciclistas obreros, orfeones, juventudes del partido, completaban una oferta cultural que fue esencial en el proceso de formación de clase. Pero el ejemplo más acabado de coordinación entre lo local y lo urbano bajo la bandera de la nueva contracultura proletaria fue Viena. Ampliando la esfera de influencia de la lucha política y sindical, las asociaciones de ocio y asistencia ofrecían protección a las familias obreras prácticamente "desde la cuna hasta la tumba". Todas las posibilidades del ocio organizado tenían cabida bajo el amparo protector de la socialdemocracia, desde las corales a los clubs de natación, desde las sociedades de Amigos de la Naturaleza a los bailes populares. El momento de máximo esplendor llegaría al terminar la guerra cuando la municipalidad fue dirigida por el propio Partido y las instituciones se concretaron en una nueva arquitectura[75]. En las ciudades británicas, el movimiento cooperativista construyó tiendas en la mayor parte de barrios y grandes almacenes en el centro de las ciudades. La afiliación rondaba los cuatro millones de socios durante la guerra. Las asociaciones de socorros mutuos -friendly societies- tuvieron también un gran desarrollo y hacia 1911 la mitad de la población masculina adulta estaba asociada a una u otra de sus variantes. Como en los países germánicos, estaban radicadas en los barrios y coordinadas a nivel central de ciudad[76].  


En el período de entreguerras, la cultura obrera y popular radicada en el barrio empezaba sin embargo a estar amenazada desde distintos frentes. Se iban erosionado las formas de sociabilidad obrera militante desarrolladas ente 1880 y 1920. El reflujo político del movimiento obrero y la derrota en Italia, Austria y Alemania contribuyeron a dicho proceso, pero los motivos de fondo eran estructurales. Como consecuencia de la intensa agitación obrera del final de la Primera Guerra y la progresiva implantación de la jornada de las ocho horas, se produjo una reducción global de la semana media de trabajo en la industria europea, pasando de 60 horas de 1914 a 46 en 1939. Las vacaciones pagadas comenzaban a formar parte de la cultura obrera. Trabajando menos y ganando más, el trabajador conquistaba de hecho el "tiempo libre", nuevas posibilidades personales en el tiempo de ocio. "Un obrero o una obrera que tuviese veinte años en los años 30 disponía de una eleBBBión mucho más vasta de actividades después del trabajo y posibilidades netamente mayores de aprovecharlas que sus padres en la primera década de siglo". Victoria De Grazia habla de esta nueva situación, común tanto a las democracias liberales como a los fascismos, como de "fragmentación de la vieja sociabilidad obrera, ya que las actividades de ocio se separaron de la vida familiar, de las organizaciones de barrio, de la revindicaciones políticas y de la defensa económica"[77]. Un tiempo de ocio más pasivo, más formalista y organizado, más mercantil era ahora la pauta. La primera alternativa que se presentó ante la clase obrera, en especial en sus capas mejor pagadas, fue la de participar ampliamente de ese ocio más mercantilizado. En el caso inglés es donde más vivamente se ha debatido sobre su dimensión y sus efectos reales. Según algunos, como Savage, la escala local de la sociabilidad y de la política de clase no sufrieron demasiado y la edad dorada del barrio obrero, pervivió al menos hasta el final de la década de los 20. Según otros, "el desarrollo de pasatiempos organizados, del deporte de masas, de la domesticidad, de la comercialización de muchos de los entretenimientos de la clase obrera dio a las clases trabajadoras una cierta autonomía y la oportunidad de elegir entre actividades alternativas. Los partidos obreros tenían que competir con una nueva cultura obrera estable y relativamente sofisticada"[78]. El nuevo consumismo de algunos trabajadores -ropa más a la moda, hogares confortables, tiempo libre más variado- tendría algo de efecto "anestésico", generando quizás capas cualificadas menos proclives a la movilización política[79]. La nueva cultura del ocio era a la vez más individual y más urbana. Más centrada por un lado en el individualismo del hogar -la casa y el jardín privado- y más volcada hacia la ciudad y los espectáculos urbanos de masas por otro. Mucha de la sociabilidad más comercializada, la de los equipamientos de dimensión urbana, como el gran estadio o los centros de la vida nocturna, ignoraba por definición la lógica localista, contribuyendo a "unificar" la imagen de la ciudad en la nueva cultura popular. La sociabilidad a escala local, el viejo asociacionismo del barrio y del vecindario, de la calle, estaba a la larga amenazado. Evidentemente, en los países donde la mejora del salario real no permitía grandes dispendios, y por consiguiente la capacidad de consumo era solo embrionaria, la amenaza era menos apremiante.
En el período de entreguerras, la cultura obrera y popular radicada en el barrio empezaba sin embargo a estar amenazada desde distintos frentes. Se iban erosionado las formas de sociabilidad obrera militante desarrolladas ente 1880 y 1920. El reflujo político del movimiento obrero y la derrota en Italia, Austria y Alemania contribuyeron a dicho proceso, pero los motivos de fondo eran estructurales. Como consecuencia de la intensa agitación obrera del final de la Primera Guerra y la progresiva implantación de la jornada de las ocho horas, se produjo una reducción global de la semana media de trabajo en la industria europea, pasando de 60 horas de 1914 a 46 en 1939. Las vacaciones pagadas comenzaban a formar parte de la cultura obrera. Trabajando menos y ganando más, el trabajador conquistaba de hecho el "tiempo libre", nuevas posibilidades personales en el tiempo de ocio. "Un obrero o una obrera que tuviese veinte años en los años 30 disponía de una eleBBBión mucho más vasta de actividades después del trabajo y posibilidades netamente mayores de aprovecharlas que sus padres en la primera década de siglo". Victoria De Grazia habla de esta nueva situación, común tanto a las democracias liberales como a los fascismos, como de "fragmentación de la vieja sociabilidad obrera, ya que las actividades de ocio se separaron de la vida familiar, de las organizaciones de barrio, de la revindicaciones políticas y de la defensa económica"[77]. Un tiempo de ocio más pasivo, más formalista y organizado, más mercantil era ahora la pauta. La primera alternativa que se presentó ante la clase obrera, en especial en sus capas mejor pagadas, fue la de participar ampliamente de ese ocio más mercantilizado. En el caso inglés es donde más vivamente se ha debatido sobre su dimensión y sus efectos reales. Según algunos, como Savage, la escala local de la sociabilidad y de la política de clase no sufrieron demasiado y la edad dorada del barrio obrero, pervivió al menos hasta el final de la década de los 20. Según otros, "el desarrollo de pasatiempos organizados, del deporte de masas, de la domesticidad, de la comercialización de muchos de los entretenimientos de la clase obrera dio a las clases trabajadoras una cierta autonomía y la oportunidad de elegir entre actividades alternativas. Los partidos obreros tenían que competir con una nueva cultura obrera estable y relativamente sofisticada"[78]. El nuevo consumismo de algunos trabajadores -ropa más a la moda, hogares confortables, tiempo libre más variado- tendría algo de efecto "anestésico", generando quizás capas cualificadas menos proclives a la movilización política[79]. La nueva cultura del ocio era a la vez más individual y más urbana. Más centrada por un lado en el individualismo del hogar -la casa y el jardín privado- y más volcada hacia la ciudad y los espectáculos urbanos de masas por otro. Mucha de la sociabilidad más comercializada, la de los equipamientos de dimensión urbana, como el gran estadio o los centros de la vida nocturna, ignoraba por definición la lógica localista, contribuyendo a "unificar" la imagen de la ciudad en la nueva cultura popular. La sociabilidad a escala local, el viejo asociacionismo del barrio y del vecindario, de la calle, estaba a la larga amenazado. Evidentemente, en los países donde la mejora del salario real no permitía grandes dispendios, y por consiguiente la capacidad de consumo era solo embrionaria, la amenaza era menos apremiante.


El otro frente que hacía peligrar la sociabilidad popular del barrio estaba representado por el ocio y los servicios "planificados". La satisfacción de las necesidades sociales, a cargo poco a poco del estado y las municipalidades, iba saliendo del campo de acción de las asociaciones obreras tradicionales. "Los equipamientos sociales públicos tomaron ciertas funciones que habían sido cumplidas (...) por las instituciones locales, limitando todavía más el abanico de actividades en torno a las que podían desarrollarse la organización y la agitación". En muchos paises europeos se crearon "políticas sociales del ocio" para "racionalizar" el nuevo tiempo libre de los trabajadores, un tiempo que había de organizarse como antídoto de los ritmos de la fábrica taylorizada. Donde la vieja sociabilidad barrial mezclaba géneros y edad, era ahora sustituida por una organización más especializada que los separaba. Si antes la sociabilidad expresaba una clara pertenencia de clase, de lugar de residencia o de profesión, la nueva la sustituía por un modelo nacional común a todas las clases sociales. En los fascismos se dio la versión autoritariaria y nacionalista de esa nueva organización del ocio y de la cultura de masas, como la Kraft durch Freude alemana o la Opera Nazionale Dopolavoro italiana. Acompañadas por la acción represiva, devastaron el asociacionismo más militante de los barrios obreros[80]. En las democracias liberales aumentó la financiación pública destinada a funciones recreativas. Los gobiernos socialistas extendieron la planificacíón a los nuevos servicios sociales, desde el seguro de enfermedad a las vacaciones pagadas.  
El otro frente que hacía peligrar la sociabilidad popular del barrio estaba representado por el ocio y los servicios "planificados". La satisfacción de las necesidades sociales, a cargo poco a poco del estado y las municipalidades, iba saliendo del campo de acción de las asociaciones obreras tradicionales. "Los equipamientos sociales públicos tomaron ciertas funciones que habían sido cumplidas (...) por las instituciones locales, limitando todavía más el abanico de actividades en torno a las que podían desarrollarse la organización y la agitación". En muchos paises europeos se crearon "políticas sociales del ocio" para "racionalizar" el nuevo tiempo libre de los trabajadores, un tiempo que había de organizarse como antídoto de los ritmos de la fábrica taylorizada. Donde la vieja sociabilidad barrial mezclaba géneros y edad, era ahora sustituida por una organización más especializada que los separaba. Si antes la sociabilidad expresaba una clara pertenencia de clase, de lugar de residencia o de profesión, la nueva la sustituía por un modelo nacional común a todas las clases sociales. En los fascismos se dio la versión autoritariaria y nacionalista de esa nueva organización del ocio y de la cultura de masas, como la Kraft durch Freude alemana o la Opera Nazionale Dopolavoro italiana. Acompañadas por la acción represiva, devastaron el asociacionismo más militante de los barrios obreros[80]. En las democracias liberales aumentó la financiación pública destinada a funciones recreativas. Los gobiernos socialistas extendieron la planificacíón a los nuevos servicios sociales, desde el seguro de enfermedad a las vacaciones pagadas.  
Línea 117: Línea 117:
<CENTER><B>* &nbsp; &nbsp; &nbsp; * &nbsp; &nbsp; &nbsp; *</B></CENTER>
<CENTER><B>* &nbsp; &nbsp; &nbsp; * &nbsp; &nbsp; &nbsp; *</B></CENTER>


Vida obrera y espacio urbano experimentaron cambios importantes entre 1900 y 1950 en las grandes ciudades europeas. La Primera Guerra Mundial marcó un giro histórico importantísimo en muchos sentidos. Aunque no sepamos medir todavía su trascendencia respecto a la separación de clases en el espacio urbano, la guerra abrió sin duda una etapa nueva en el crecimiento urbano, con la consolidación definitiva de periferias urbanas a escala europea, en especial de un tipo nuevo de periferia dormitorio alejada de los centros de trabajo. Los cambios en el ámbito de la vivienda fueron destacados. La repercusión del alquiler de la vivienda en el salario disminuyó, lo que significó una mejora relativa del alojamiento de los trabajadores. La guerra supuso sobre todo la intervención decidida de muchas ciudades en la financiación pública de vivienda y la participación significativa de sectores obreros en la propiedad, casi siempre en nuevos espacios suburbanos. El desplazamiento diario al trabajo, un desplazamiento cotidiano de largo recorrido en transporte público y realizado con frecuencia fuera de la esfera del barrio, se convirtió en práctica habitual de la vida obrera en la gran ciudad de la primera mitad del siglo XX. El barrio obrero, de gran trascendencia en la formación y en las pautas de acción colectivas de la clase trabajadora desde el siglo XIX, mantuvo en buena medida su cohesión comunitaria, especialmente por lo que respecta a las pautas de sociabilidad más informal: amigos, vecinos, parientes y enlaces matrimoniales se realizaban todavía en buena medida en el interior de un territorio muy restingido al finalizar este período. La estabilidad residencial, que creció especialmente al terminar la Primera Guerra Mundial, ayudó sin duda al respecto. La vida asociativa barrial y su capacidad para generar una cultura popular políticamente articulada se mantuvieron firmes hasta el final de la guerra. A partir de entonces, esas instituciones comenzaron seguramente a erosionarse en muchas ciudades: cuando el aumento del nivel de vida introdujo un ocio más mercantilizado y pasivo comenzó quizás a socavarse el viejo asociacionismo barrial. El vaciamiento de funciones asistenciales y de ocio del viejo asociacionismo barrial que conllevó la planificación de servicios sociales y de ocio desde el estado y los municipios suponía a la larga una creciente amenaza para las comunidades obreras.  
Vida obrera y espacio urbano experimentaron cambios importantes entre 1900 y 1950 en las grandes ciudades europeas. La Primera Guerra Mundial marcó un giro histórico importantísimo en muchos sentidos. Aunque no sepamos medir todavía su trascendencia respecto a la separación de clases en el espacio urbano, la guerra abrió sin duda una etapa nueva en el crecimiento urbano, con la consolidación definitiva de periferias urbanas a escala europea, en especial de un tipo nuevo de periferia dormitorio alejada de los centros de trabajo. Los cambios en el ámbito de la vivienda fueron destacados. La repercusión del alquiler de la vivienda en el salario disminuyó, lo que significó una mejora relativa del alojamiento de los trabajadores. La guerra supuso sobre todo la intervención decidida de muchas ciudades en la financiación pública de vivienda y la participación significativa de sectores obreros en la propiedad, casi siempre en nuevos espacios suburbanos. El desplazamiento diario al trabajo, un desplazamiento cotidiano de largo recorrido en transporte público y realizado con frecuencia fuera de la esfera del barrio, se convirtió en práctica habitual de la vida obrera en la gran ciudad de la primera mitad del siglo XX. El barrio obrero, de gran trascendencia en la formación y en las pautas de acción colectivas de la clase trabajadora desde el siglo XIX, mantuvo en buena medida su cohesión comunitaria, especialmente por lo que respecta a las pautas de sociabilidad más informal: amigos, vecinos, parientes y enlaces matrimoniales se realizaban todavía en buena medida en el interior de un territorio muy restingido al finalizar este período. La estabilidad residencial, que creció especialmente al terminar la Primera Guerra Mundial, ayudó sin duda al respecto. La vida asociativa barrial y su capacidad para generar una cultura popular políticamente articulada se mantuvieron firmes hasta el final de la guerra. A partir de entonces, esas instituciones comenzaron seguramente a erosionarse en muchas ciudades: cuando el aumento del nivel de vida introdujo un ocio más mercantilizado y pasivo comenzó quizás a socavarse el viejo asociacionismo barrial. El vaciamiento de funciones asistenciales y de ocio del viejo asociacionismo barrial que conllevó la planificación de servicios sociales y de ocio desde el estado y los municipios suponía a la larga una creciente amenaza para las comunidades obreras.  


Tan importante como fijarse en esas tendencias generales es observar la diversidad de experiencias que encierran, tanto en el interior de la clase obrera y como en el del conjunto de grandes ciudades europeas. El repaso a una serie de trabajos ha mostrado que los cambios referidos no fueron homogéneos, sino que lo más destacado fue la diversidad que subyacía bajo un manto aparentemente unitario. Para empezar, la ciudad vivida no era igual para obreros u obreras en muchos aspectos de la vida cotidiana. La vida doméstica, la red de vecinos y amigos, el parentesco, el barrio y el trabajo, fueron siempre vivencias mucho más cercanas para la mujer obrera que para el hombre. Hemos puesto más el énfasis, no obstante, en las diferencias de cualificación en el interior de la clase obrera. Según los pocos estudios existentes (en ciudades del sur), las diferencias de cualificación no parecen haberse separado mucho a los obreros en el espacio urbano, pero es posible que estudios futuros confirmen diferencias significativas de concentración de estos grupos entre sí y con respecto a las demás clases sociales, sobre todo en la corona periférica. En la medida en la que las nuevas operaciones de vivienda pública y el acceso a la propiedad en la periferia eran campo de implantación privilegiado de empleados y obreros mejor pagados, se produjo una clara separación de estos estratos hasta entonces mezclados en los viejos barrios populares. Ese distanciamiento tuvo también lugar desplazándose a otras áreas urbanas más mezcladas (los viejos centros históricos y los suburbios del Ochocientos) pero sin formar en este caso áreas específicas. La movilidad cotidiana al centro de trabajo próximo y la consistencia del barrio como foco de empleo se quebró en mayor medida para el trabajador mejor pagado. Las distancias de casa al trabajo eran significativamente más largas, especialmente en los nuevos suburbios, y cuando cambió de casa llevó su nuevo domicilio a lugares muchos más aparatados que los del jornalero (que se mudó de casa posiblemente más veces pero sin sobrepasar las fronteras del barrio). Que uno y otro tenían esferas diferentes de acción en su vida cotidiana lo muestran algunos indicios sobre el comportamiento en sus relaciones de sociabilidad informal en el barrio. Con un ámbito urbano más amplio en su círculo de amistades, en la búsqueda de consorte,.... los obreros mejor pagados eran los primeros en abandonar parientes, vecinos y amigos del viejo barrio. Las nuevas posibilidades que ofrecían unas actividades de ocio cada vez más variadas y comercializadas al nivel de toda la ciudad frente al asociacionismo del barrio significaban que el obrero cualificado y (por no hablar del obrero de cuello blanco) estaba en mejores condiciones para realizar ese salto. La ciudad era mucho más ancha para él en todos sus horizontes.  
Tan importante como fijarse en esas tendencias generales es observar la diversidad de experiencias que encierran, tanto en el interior de la clase obrera y como en el del conjunto de grandes ciudades europeas. El repaso a una serie de trabajos ha mostrado que los cambios referidos no fueron homogéneos, sino que lo más destacado fue la diversidad que subyacía bajo un manto aparentemente unitario. Para empezar, la ciudad vivida no era igual para obreros u obreras en muchos aspectos de la vida cotidiana. La vida doméstica, la red de vecinos y amigos, el parentesco, el barrio y el trabajo, fueron siempre vivencias mucho más cercanas para la mujer obrera que para el hombre. Hemos puesto más el énfasis, no obstante, en las diferencias de cualificación en el interior de la clase obrera. Según los pocos estudios existentes (en ciudades del sur), las diferencias de cualificación no parecen haberse separado mucho a los obreros en el espacio urbano, pero es posible que estudios futuros confirmen diferencias significativas de concentración de estos grupos entre sí y con respecto a las demás clases sociales, sobre todo en la corona periférica. En la medida en la que las nuevas operaciones de vivienda pública y el acceso a la propiedad en la periferia eran campo de implantación privilegiado de empleados y obreros mejor pagados, se produjo una clara separación de estos estratos hasta entonces mezclados en los viejos barrios populares. Ese distanciamiento tuvo también lugar desplazándose a otras áreas urbanas más mezcladas (los viejos centros históricos y los suburbios del Ochocientos) pero sin formar en este caso áreas específicas. La movilidad cotidiana al centro de trabajo próximo y la consistencia del barrio como foco de empleo se quebró en mayor medida para el trabajador mejor pagado. Las distancias de casa al trabajo eran significativamente más largas, especialmente en los nuevos suburbios, y cuando cambió de casa llevó su nuevo domicilio a lugares muchos más aparatados que los del jornalero (que se mudó de casa posiblemente más veces pero sin sobrepasar las fronteras del barrio). Que uno y otro tenían esferas diferentes de acción en su vida cotidiana lo muestran algunos indicios sobre el comportamiento en sus relaciones de sociabilidad informal en el barrio. Con un ámbito urbano más amplio en su círculo de amistades, en la búsqueda de consorte,.... los obreros mejor pagados eran los primeros en abandonar parientes, vecinos y amigos del viejo barrio. Las nuevas posibilidades que ofrecían unas actividades de ocio cada vez más variadas y comercializadas al nivel de toda la ciudad frente al asociacionismo del barrio significaban que el obrero cualificado y (por no hablar del obrero de cuello blanco) estaba en mejores condiciones para realizar ese salto. La ciudad era mucho más ancha para él en todos sus horizontes.  


La comparación de distintos ejemplos de ciudades europeas occidentales ha puesto de manifiesto las profundas diferencias que se daban dentro de la tendencia general. Es un hecho que en determinadas ciudades del sur, como Barcelona, la dinámica de las transformaciones en la vida obrera obraba con mucha mayor lentitud. La formación de espacios periféricos obreros era menos relevante que en las grandes capitales como Paris y sobre todo muchas ciudades inglesas. La ciudad era más compacta y sobrevivieron mejor los viejos barrios populares del centro histórico y los suburbios populares del Ochocientos. El suburbio obrero de nueva planta fue solo significativo en el caso del suburbio específicamente jornalero; al no existir promociones de vivienda pública significativas o parcelaciones en propiedad, faltaron en general los barrios de obreros cualificados y de empleados que tuvieron tanta importancia en Inglaterrra, Alemania o en las ciudades jardín de Paris. Las mejoras en la vivienda fueron apenas perceptibles. El impacto de los alquileres en el salario era mayor, y posiblemente también la presencia del hacinamiento y la cohabitación. El barrio compacto, un barrio el que se vivía y se trabajaba, tenía todavía al final del período un peso considerable y muy posiblemente las redes de sociabilidad informal de parientes, vecinos y amigos eran más estrechas que en las ciudades del norte. Un ocio comercializado no muy desarrollado y unas tareas asistenciales del estado solo incipientes habrían mantenido más vivo al viejo asociacionismo obrero barrial. Salvando las distancias culturales y políticas, en las ciudades del sur pervivían en 1939 muchos de los rasgos de inserción espacial de la clase obrera que se habían dado en las otras ciudades europeas occidentales antes del estallido de la Guerra del 14.
La comparación de distintos ejemplos de ciudades europeas occidentales ha puesto de manifiesto las profundas diferencias que se daban dentro de la tendencia general. Es un hecho que en determinadas ciudades del sur, como Barcelona, la dinámica de las transformaciones en la vida obrera obraba con mucha mayor lentitud. La formación de espacios periféricos obreros era menos relevante que en las grandes capitales como Paris y sobre todo muchas ciudades inglesas. La ciudad era más compacta y sobrevivieron mejor los viejos barrios populares del centro histórico y los suburbios populares del Ochocientos. El suburbio obrero de nueva planta fue solo significativo en el caso del suburbio específicamente jornalero; al no existir promociones de vivienda pública significativas o parcelaciones en propiedad, faltaron en general los barrios de obreros cualificados y de empleados que tuvieron tanta importancia en Inglaterrra, Alemania o en las ciudades jardín de Paris. Las mejoras en la vivienda fueron apenas perceptibles. El impacto de los alquileres en el salario era mayor, y posiblemente también la presencia del hacinamiento y la cohabitación. El barrio compacto, un barrio el que se vivía y se trabajaba, tenía todavía al final del período un peso considerable y muy posiblemente las redes de sociabilidad informal de parientes, vecinos y amigos eran más estrechas que en las ciudades del norte. Un ocio comercializado no muy desarrollado y unas tareas asistenciales del estado solo incipientes habrían mantenido más vivo al viejo asociacionismo obrero barrial. Salvando las distancias culturales y políticas, en las ciudades del sur pervivían en 1939 muchos de los rasgos de inserción espacial de la clase obrera que se habían dado en las otras ciudades europeas occidentales antes del estallido de la Guerra del 14.
Línea 129: Línea 129:
<BR>
<BR>
<FONT SIZE=1><BLOCKQUOTE>
<FONT SIZE=1><BLOCKQUOTE>
  [1]. J. SHARPE, "Historia desde abajo", en P. BURKE (ed.), Formas de hacer la Historia, Alianza, Madrid, 1991. Para Alemania ver A. LUDTKE, "De los héroes de la resitencia a los coautores. "Alltagsgeschcichte" en Alemania" en L. CASTELLS (ed.), "La historia de la vida cotidiana", Ayer, 1995, 49-70; IBID. “Cash, Coffee-Breaks, Horseplay: ´Eigensinn´and Politics among Factory Workers in Late 19 th and 20th-Century Germany”, Davis Center, Princeton, 1982.
[1]. J. SHARPE, "Historia desde abajo", en P. BURKE (ed.), Formas de hacer la Historia, Alianza, Madrid, 1991. Para Alemania ver A. LUDTKE, "De los héroes de la resitencia a los coautores. "Alltagsgeschcichte" en Alemania" en L. CASTELLS (ed.), "La historia de la vida cotidiana", Ayer, 1995, 49-70; IBID. “Cash, Coffee-Breaks, Horseplay: ´Eigensinn´and Politics among Factory Workers in Late 19 th and 20th-Century Germany”, Davis Center, Princeton, 1982.
  <BR>
<BR>
  La extensa obra de Perrot ha prestado especial relevancia en Francia a las cuestiones de la vida cotidiana en el mundo obrero, comenzando por les Ouvriers en grève, 1871-1890, Mouton, Paris-La Haya, 1977. Ver por ejemplo “Les ouvriers
La extensa obra de Perrot ha prestado especial relevancia en Francia a las cuestiones de la vida cotidiana en el mundo obrero, comenzando por les Ouvriers en grève, 1871-1890, Mouton, Paris-La Haya, 1977. Ver por ejemplo “Les ouvriers
</BLOCKQUOTE></FONT>
</BLOCKQUOTE></FONT>
==Referencias==
==Referencias==
Artículo procedente de Urbipedia.org. Con licencia Creative Commons CC-BY-NC-SA excepto donde se indica otro tipo de licencia.
Origen o autoría y licencia de imágenes accesible desde PDF, pulsando sobre cada imagen.
https://www.urbipedia.org/hoja/Especial:MobileDiff/480464