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Marcel Torsilier

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Marcel Torsilier
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Marcel Torsilier (1730, Rennes - ¿? Versalles)

Joven atractivo y elegante conoció al hermano de la marquesa Jeanne Antoinette de Pompadour en Venecia, donde ambos coincidieron al realizar su Grand Tour por Italia para estudiar la arquitectura clásica. A través del joven Pompadour entró en el círculo de la amante del rey Luis XV. La conocida pasión de la dama por el arte y los artistas hizo que inmediatamente surgiese entre ella y Marcel una mutua simpatía, íntima y personal, que en los mentideros de la corte se decía que era algo más que amistad.

Aficionado a la vida galante, hacía que sus cocineros y reposteros preparasen para la marquesa suculentos “gateaux”, “souffles”, y pasteles hechos con exquisitas viandas, frutas confitadas, hojaldres, merengues, suave mantequilla y chocolate de fino cacao. Los presentaba con formas de cúpulas y linternas, pabellones, túmulos, delicados baldaquinos y coquetas chinoisseries. Decía, en contra de los escritos del abate Laugier, que igual que la buena cocina siempre es algo más y algo superior que el simple sustento para la supervivencia, también la buena arquitectura es algo distinto y más sublime que la mera construcción para asegurar el necesario cobijo.

Como la buena comida, tampoco la arquitectura puede estar ni cruda ni quemada, sino en su exacto punto de cocción. Un buen edificio, como un buen banquete, debe tener un sutil equilibrio entre los sabores dulce y salado, agrio, picante y amargo. No basta que la materia prima sea de primera calidad. Una vez preparada no debe quedar ni insípida ni sosa, ni ser empalagosa, ni excesivamente almibarada, ni fuertemente sazonada. Debe tener una pizca de sabor a especias como la canela, el cardamomo, el clavo, la camella y el jengibre. Pero un exceso de aroma puede estropear el bouquet de un manjar. Además, cada plato debe acompañarse con el licor adecuado. Un error en este aspecto es imperdonable porque puede arruinar un festín.

Por otra parte, la ejecución de una fábrica, igual que el disfrute de los placeres de la mesa, precisan de su tiempo y su rito, y un ritmo incorrecto en la preparación de los platos o en la realización de las argamasas y las obras, puede ser desastroso. El sazonado de los productos, el tiempo y calidad del fuego y el reposo a la temperatura adecuada antes de servirse en la mesa, son aspectos imprescindibles para alcanzar el éxito.

Por último, el manjar, como la arquitectura, deben presentarse y servirse de manera deslumbrante y apetitosa, artísticamente adornados, porque la mitad del placer de la comida y de la experiencia arquitectónica entran por la vista.

Todo esto, es tan necesario en el arte de la cocina como aplicable de manera puntual y exacta al arte de construir. Siguiendo estas ideas, Torsilier pensaba que la iglesia de Santa Genoveva de París, hecha por Soufflot, era un plato excesivamente pesado, sobreabundante e indigesto, más adecuado para glotones (gourmants) que para artistas del paladar (gourmets). También decía que el mismo palacio de Versalles, en su conjunto, había resultado un festín sobrecargado capaz de provocar un empacho. Pensaba que los trabajos del arquitecto Hardouin-Mansart eran como un plato bien preparado, pero que pierde todo su valor al haberse olvidado la salsa y haberse servido frío. Criticaba la obra de Ledoux en el hôtel d’Uzés por insípida, y por el contrario, rechazaba también el château de Montmusard del arquitecto Wailly por tener un sabor fuerte y extraño que nos impedía paladearlo con deleite.

Parece que estas opiniones, a través de su protectora, llegaron hasta la alcoba real. Interesado por esta singular manera de saborear la arquitectura, Luis XV pidió un informe a la Academia. Estupefactos por tan raro capricho real, los académicos trasladaron el encargo al arquitecto y profesor Jacques-François Blondel. La muerte en 1774 del rey y del académico, condenó al olvido este trabajo. Cuando Patte retomó los estudios inconclusos de su maestro Blondel, se topó con uno titulado “De l’Architecture considerée comme la cuisine”, al que no concedió ninguna importancia y no consideró oportuno concluir.

Referencias

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J. Calduch Cervera: 99 ADIS: Diccionario de Arquitectos Desconocidos, Ignorados y Silenciados, Papeles de Arquitectura S.L. ISBN 978-84-86828-42-4
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Ana

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