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Mercado Central de Salamanca

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Mercado Central de Salamanca

El Mercado Central de Salamanca, constituye el más antiguo mercado de abastos de la ciudad. Situado en la Plaza del Mercado junto a la Plaza Mayor y a escasos metros de las principales zonas comerciales de la capital. Además es una obra arquitectónica protegida con más de un siglo de antigüedad del arquitecto Joaquín de Vargas Aguirre correspondiente a comienzos del siglo XX.

Hoy día su visita es obligada en toda ruta turística por Salamanca, ya que además de la aportación estética de la belleza del edificio, en esta plaza podrá encontrar los productos tradicionales de la provincia, las mejores carnes, pescados y hortalizas y todo tipo de establecimientos de servicios.


La necesidad de un mercado de abastos. Ubicación.

Conviene, antes de adentrarnos en la historia del Mercado Central, hacer un repaso general a la situación previa del comercio en la capital salmantina, y es que no podríamos entender el significado de este monumental edifício sin comprender las necesidades y arquitectura de la época en que fue diseñado. Hay que recordar que hasta finales del siglo XIX, cuando el Ayuntamiento empezó a construir el edificio del Mercado Central, el comercio Salamanca se ubicaba en diferentes lugares.

Entre los siglos XII y XIII el mercado se situaba detrás de la Catedral Vieja de Salamanca en la plaza llamada Azogue Viejo. Con el paso del tiempo pasó a ubicarse alrededor del la Iglesia de San Martín, lugar que empezó a conocerse como la Plaza de San Martín, San Martín del Mercado o simplemente La Plaza, lugar donde posteriormente se construiría la Plaza Mayor de Salamanca. Era la plaza más grande de la cristiandad, pues abarcaba el terreno de la actual Plaza Mayor, el que ocupa el Mercado Central, más las plazas del sur de éstas incluyendo el solar del Gran Hotel.

Con el paso de los siglos, al construirse, en el siglo XVIII, la Plaza Mayor monumental, el mercado quedó en el lugar del actual y se pensó en construir un edificio en el que los vendedores y los puestos estuvieran protegidos de las inclemencias del tiempo.

La evolución social y la necesidad de un comercio especializado, en el que se vendieran exclusivamente productos de alimentación, fue la causa de que el Ayuntamiento empezara a levantar, a finales del siglo XIX, el edificio del Mercado Central. Quería reunir en un gran centro comercial las diferentes actividades del ramo de la alimentación diseminadas por entonces en distintos lugares de la ciudad y especialmente en el lugar donde se iba a levantar, la llamada Plaza de Verdura, al otro lado de los Portales de San Antonio.

El Mercado Central de Abastos se asentaría en el solar de la Plaza de la Verdura, hoy llamada Plaza del Mercado, colindante con la Plaza Mayor por su lado este. Este mercado cubierto, el primero que se realiza en la ciudad, venía a resolver las necesidades de abrigo y cobijo para las mercaderías y para las actividades derivadas de su comercio.

Los antecedentes históricos de este solar se relacionan con los de la Plaza Mayor; Villar y Macías en su “Historia de Salamanca”, al referir los pormenores de la construcción de la Plaza Mayor no deja de observar este aspecto; comentando el texto del corregidor Don Rodrigo Caballero, promotor de la idea de construir la Plaza, refiere que “el objeto principal fue alzar una plaza para mercado, pero no habiéndose ideado aún las construcciones que ahora se destinan para ello, resultó acaso un edificio más monumental que de haberse limitado a su objeto”.

Es de suponer que la nueva plaza cobijaría los menesteres que se invocaban en la propuesta original pero sin cumplir la totalidad de sus necesidades. El problema, pues, subsistiría hasta las postrimerías del siglo XIX, cuando ideadas las construcciones que Villar y Macías recuerda, el Ayuntamiento decide solventar el problema. Por estas mismas fechas, la Plaza Mayor y sus inmediaciones realizan un amueblamiento urbano en el que el hierro de fundición, material que caracteriza al Mercado, constituye el principal elemento constructivo y estético.

La construcción del Gran Mercado de Abastos (1899-1909)

El proyecto así como la memoria descriptiva del mercado aparecen fechados en diciembre de 1898 y su presentación se realizó en 1899. Si bien el tiempo de su construcción se fijaba en un plazo de dos años; el tiempo que transcurrió entre el proyecto y su inauguración fue de once años entre agosto de 1899 y abril de 1909. Este retraso se debió principalmente a dificultades económicas, detalle que señala la Prensa salmantina local de la época.

Pero aunque el comienzo y la inauguración distan once años, la realidad fue que se trabajaron solamente tres. Las grandes lagunas de tiempo inactivo correspondieron a la falta de dinero en el Ayuntamiento para hacer frente a las certificaciones del contratista y no faltaron meses de inactividad motivada por las demandas de mayor salario de los trabajadores. Aunque en unas etapas el número de trabajadores era mayor que en otras, podemos establecer la media de 40 obreros durante tres años que prácticamente ocuparon la obra.

En 1899 cuando la decisión de construir el Mercado estuvo tomada, se encargó al arquitecto provincial y diocesano D. Joaquín de Vargas Aguirre que redactara el proyecto, arquitecto que a su vez dirigía la obra de la Casa Lis, ambos proyectos fieles a los cánones del modernismo de hierro del siglo XIX.

Para adjudicar esta iniciativa, el Ayuntamiento decide sacar a subasta la construcción y lo hace el 5 de agosto de 1899. Por entonces D. Mariano Reymundo, primer teniente de alcalde fue el encargado de presidir la mesa y abrir los tres sobres presentados. Uno, de los señores Moneo, otro de Julián de la Rosa y un tercero de Santiago Flores. El tipo de presupuesto fijado por la municipalidad fue de 433.635,81 pesetas. Las pujas, por orden indicado fueron de 429.298, 420.000 y 381.599.

Así pues, el 27 de noviembre de 1899, Santiago Flores comenzaba las obras de construcción; al día siguiente de quedar la plaza libre en su parte central de cajones y puestos de madera. Las primeras actividades estuvieron encaminadas al vaciado del sótano. Pero cuando la excavación iba un poco adelantada surgió el primer escollo. Los propietarios de las casas de la fachada norte de la plaza, entre Pozo Amarillo y bajada de San Julián, reclamaron contra el paso estrecho que quedaba entre sus fincas y la línea fijada para el mercado. Éstos van a solicitar que se desplace la construcción hacia el sur o que se les expropien las fincas. Por tanto, nuevos gastos que no habían sido presupuestados no van a facilitar el avance del proyecto.

Finalmente, aunque el emplazamiento se desplaza tres metros hacia el sur, se impone la expropiación de las edificaciones conocidas por Soportales del Pan, comprendidos entre la calle del Pozo Amarillo y la de San Julián. La nueva alineación retrocedía varios metros según puede apreciarse en el plano presentado de las nuevas alineaciones, levantándose en este solar viviendas que de algún modo participan del mismo carácter que el Mercado.

La variedad de fechas que aparecen en el Mercado delatan estos retrasos, así en las columnas de fundición de las fachadas se lee, junto a la inscripción de la casa constructora madrileña, el año 1905; en la portada trasera, en el montante de la puerta, el año 1907; por último el Mercado se inaugura el 15 de abril de 1909.

Será este día cuando la prensa local se haga eco del nuevo mercado como “algo europeo, que alienta a conseguir una Salamanca mejor”. Un espacio donde destaca la “limpieza frente a la suciedad que había antes, amplias y limpias calles llenas de señoras y caballeros que pueden saber de quién es lo que comen, ver los precios y la calidad de la mercancía”.

El valor arquitectónico del Mercado.

El Mercado de Salamanca entronca en sus líneas generales con la familia de los grandes mercados, estaciones y pabellones de exposiciones de la primera Arquitectura del hierro. Para la fecha en que se proyecta, la tipología de mercado que impone principalmente los Halles de París (1854-1866) del arquitecto Baltard, ya se había desarrollado suficientemente en España. En Madrid como los Mercado de La Cebada y de los Mostenses, construidos entre 1870 y 1875, del arquitecto Mariano Calvo y Pereira; en Barcelona con el de Born (1874-1876) del arquitecto J. Fontseré i Mestres, o el de San Antonio del arquitecto A. Rovira y Trias, aproximadamente por la misma fecha. También en otras provincias se construyen mercados de hierro coincidiendo con el crecimiento demográfico de las ciudades y por lo tanto con mayores necesidades de abastecimiento, es el caso por ejemplo de Valladolid en donde se construyen tres mercados de estas características siendo el de Portugalete‏‎ (1878-1881) una expresiva muestra.

Las características funcionales que exigían estos mercados eran, a grandes rasgos:

  • una arquitectura sencilla,
  • con una ventilación fácil y permanente,
  • cubiertas que preservasen las mercancías de los fuertes calores así como de los frecuentes fríos y amplías salidas que permitiesen *la constante ventilación además de una alimentación fácil y abundante de agua.

Gracias al hierro de fundición utilizado para apoyos y vigas, y también al cristal que con el entramado metálico permitía amplios cerramientos en los muros exteriores, semejantes a las paredes cortina actuales, se cumplía cabalmente los requisitos funcionales exigidos a estos locales. La delgadez de los apoyos o la rapidez de construcción también eran factores a tener en cuenta.

El Mercado Central de Salamanca posee un planta rectangular de 40 x 44 metros de extensión lo que suponen 1.760 metros cuadrados. La planta está quebrada por ligeros cuerpos salientes en las esquinas y puertas de las fachadas. Consta el Mercado de una planta baja también dedicada al comercio, que debido a la inclinación de solar adquiere en las fachadas laterales y en especial en la posterior una considerable altura, la planta alta forma el mercado originario propiamente dicho.

La armadura, siguiendo una característica constructiva de los mercados de la época, adopta la forma de vasto paraguas en hierro. Se compone de un sistema de vigas de celosía que partiendo de las esquinas y puntos intermedios de las fachadas concurren en un primer cuerpo rectangular elevado a modo de lucernario y que apoya en doce grandes columnas de fundición. A partir de este cuerpo, nuevas vigas de celosía terminan insertándose en otro espacio de menores dimensiones que da base a la rotonda. Toda la armadura “se enlaza, asegura y unifica por atirantados diversos, escuadras, roblonaduras...”. La cubierta, de planchas acanaladas de zinc, adopta la forma de cuatro aguas. Su exterior lo forman amplias arquerías de hierro provistas de cierres acristalados y persianas fijas en hierro; entre las arquerías y el zócalo de piedra granítica se disponen paños de ladrillo visto que en las numerosas esquinas de las fachadas se prolongan en altura hasta la cornisa flanqueando las arquerías, adosadas a estas esquinas de ladrillo se ordenan columnas pareadas de fundición enlazadas entre sí y a las arquerías por aspas de hierro fundido formando en conjunto una auténtica malla metálica.

La unión de la estructura interna con la externa se efectúa a través de las vigas de celosía que se engastan en las esquinas de ladrillo actuando éstas como auténticos soportes reforzados y cosidos en el exterior por las columnas pareadas de fundición.

Hasta ahí las características constructivas generales. Sin embargo, siendo este Mercado un buen ejemplo de la arquitectura al servicio de la época, participa de un tratamiento singular con una clara intencionalidad formal. Ateniéndonos al tratamiento estilístico que reciben las fachadas, Vargas maneja con evidente libertad un vocabulario clasicista. Merece especial atención la portada principal por presentar un claro ejemplo de adaptación entre la forma y la función, intención característica de la arquitectura racionalista del siglo XIX . Se trata de una transposición al hierro del arco de triunfo romano que si en el Renacimiento fue motivo de inspiración para realizar transposiciones gramaticales, Vargas, al igual que los racionalistas de su época, recurre a la misma fórmula, pero no como renovación de una disciplina estética sino como un medio cuya tectónica satisface las exigencias funcionales que plantea el uso del hierro en las nuevas tipologías. La diafanidad con la que están concedidos los arcos principal y laterales, los óculos, el ático o el friso, sin perder por ellos los característicos ritmos o proporciones, o la mesura decorativa a base de ápteras, antefijas, etc., constituye una excelente muestra de portada para un edificio de estas características, aspecto éste que muchos arquitectos de ideales semejantes a los de Vargas eludían hacer en hierro a la hora de componer la fachada de un edificio similar.

Piénsese, por ejemplo, en la Biblioteca de Santa Genoveva en París ( 1843-1850) de Henri Labrouste o en la Estación del Norte de París (1861-1864) de Jacques Hittorf, que si como afirma Chueca Gotilla respecto a la fachada de la primera “responde hábilmente a lo que pasa en el interior” y teniendo en cuenta la diferencia cronológica o la importancia de su volumen o uso, la piedras, tratada con respeto clásico, esconde en cierto modo el hierro del interior. En este sentido, esta portada se relaciona más directamente con la de mercados como el de Bonn o el de San Antonio de Barcelona, en donde la portada forma un conjunto orgánico con el resto de la construcción.

De otro lado, la particular estética, de corte clasicista, se trata más de consonancia con valores plásticos o cromáticos que con criterios de valoración estilística. No hay en la memoria del proyecto una sola alusión al estilo adoptado, destacándose, en cambio, preocupaciones referentes al ritmo, al movimiento de las líneas arquitectónicas o al cromatismo, aspecto este último muy en boga en la arquitectura de la época y de especial significación en la obra de Vargas. En cuanto al primero, el Mercado adopta una peculiar planimetría que en cierto modo responde al enclave del solar: cerrado por las fachadas de casas que configuraban la Plaza de la Verdura, a tal efecto, Vargas quiebra su lisura “para conseguir dar más movimiento a las líneas y lograr efectos arquitectónicos por los cuales resulta con mayor aspecto y proporciones", al mismo tiempo no hay que olvidar que las esquinas que provoca su quebrada planimetría cumplen una función sustentante, evidenciado en el exterior por el refuerzo de las columnas de hierro enlazadas por aspas, produciendo un efecto plástico de gran belleza estructural.

También contribuye a definir la estética del Mercado su cromatismo, basado en la sinceridad de los colores que aporta la naturaleza del material, faltando sin embargo la policromía de la cerámica tal como Vargas establecía en la memoria del proyecto inicial: “azulejos de variados colores que con aquel ladrillo y el particular que se dé al hierro juntamente con el claroscuro de la cristalería, formarán un conjunto artístico”. Como ocurrió con otros detalles previstos en el proyecto no se llevó a efecto posiblemente por razones económicas, resultando un conjunto de cierta frialdad cromática. El lugar que se asignaba a los azulejos en las fachadas era entre las columnas pareadas de las esquinas que, como puede apreciarse en la actualidad, lo ocupa el ladrillo visto.

En el proyecto fechado en 1898 también se establecía para el cuerpo central persianas de hierro y no cristalería, o igualmente este cuerpo a modo de cúpula se coronaba con una rotonda provista de lucenario de cuatro paños de cristal.

Un detalle de gran simplicidad pero interesante por perfilar el carácter científico del racionalismo de Vargas es la clara exteriorización de las bajadas de las aguas pluviales, huyendo de la costumbre de disponerlas por el interior de las columnas debido a la oxidación que provoca. A idénticos criterios respondía también la aplicación de la pintura al hierro . Así lo justificó al menos el artífice del proyecto, el propio Vargas en la conferencia sobre el concepto de arquitectura de 1901. En ella, explicaba las aportaciones de la química a la arquitectura y puntualizaba: “y al par que nos habla de la combinación de este metal con el oxígeno del aire húmedo, nos aconseja cubrir las diversas piezas de la construcción de una capa de pintura que de aquella acción le preserve”.

Entre las omisiones que se hizo al proyecto inicial, figuraba una que, aunque no afectaba al edificio, restaba cierto carácter de conjunto. Se trataba de una fuente con pedestal y estatua, de índole anecdótica y que tanto se prodigaban en exposiciones y estaciones de ferrocarriles de la época.

Para concluir, destacaremos la importancia que Vargas asignó a esta obra que en ningún momento consideró secundaria, así parece demostrarlo las encendidas defensas de la arquitectura de hierro en artículos y conferencias, así como la misma memoria que acompañaba el proyecto del Mercado, en la que – con didactismo ejemplar – introduce a la historia de los mercados cerrados desde la Edad Media hasta el momento, haciendo un especial hincapié en el año 1851 (año de la construcción del Palacio de Cristal de Pastón) con fecha decisiva para este tipo de construcciones; pasando luego al final a hacer una explícita referencia al Mercado como obra suya de igual importancia a otras anteriores: “una obra más por mí proyectada, ocupando un sitio en esta ciudad”.

Por último indicar que tristemente este criterio de Vargas no parece haber sido correspondido, dado la pertinaz incomprensión para con el Mercado Central vertida en artículos y proyectos de reforma de la ciudad. Y es que ya en el Plan de Reforma interior del Plan Paz Maroto se establecía su demolición, así como en el proyecto de urbanización de Víctor D´Ors.

La Exposición Regional de Salamanca de 1907.

Cuando en las ferias de 1907 el Mercado Central estaba a punto de inaugurarse – tardaría casi dos años – se montó en él parte de la exposición de productos regionales e incluso se celebró una gran verbena cuya brillantez y animación fue comentada durante mucho tiempo.

Numerosas son las referencias que hace la prensa local a este acto definido como uno de los mayores acontecimientos de la época, el diario El Adelanto describió esta exposición como “una hermosa realidad, honra de Salamanca y que nadie pudo pensar que entre nosotros hubiera buen gusto y elementos para hacer lo que se ha llevado a cabo”.

A la inauguración de esta exposición acudieron notables personalidades de la capital, a este acto privado, entre otros, asistieron el Alcalde García Tejado, el Gobernador Civil, el Obispo de la diócesis, el Delegado de Hacienda, el Presidente de la Diputación, los jefes de las oficinas de Montes, Obras Públicas y Minas, el Presidente de la Audiencia, el Presidente de la Cámara de Comercio, el Jefe de Fomento, el Vicerrector de la Universidad de Salamanca y el Comandante militar de la plaza.

Entre las numerosas obras e instalaciones presentadas detacaron las de las Casas Moneo Hijo y Cía, Gros, de Barcelona, Bomati-Maldonado Afonso, Maculet, Huebra, don José García Martín, Mirat, Rebollo, Modelo de París y muchas otras.

Los diferentes elementos expuestos constituían maquinarias agrícolas e industriales, herramientas, fundidos o forjados; vitrinas con abonos químicos, almidón y pastas para sopas; harinas; aceites; muebles, automóviles o esculturas y pinturas de la época que serían evaluadas por cuatro grupos de jurados que representaban a la agricultura, la ganadería, las industrias y las bellas artes.



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Alberto Mengual

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