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Konstantín Mélnikov: Ciudad como máquina para dormir (Jelena Prokopljevic)

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Konstantín Mélnikov: Ciudad como máquina para dormir (Jelena Prokopljevic)

En 1929, en plena explosión propagandística alrededor del primer plan quinquenal fue convocado el concurso para la Ciudad Verde, un barrio de descanso situado en la zona verde en las afueras de Moscú. El primer plan quinquenal soviético (1928-1932) tuvo como tema central la industrialización a gran escala y la mecanización de todas las ramas de producción, colectivización de la agricultura y de la tierra, formación de los koljoses (cooperativas agrícolas). El plan sentó las bases para la planificación económica en toda Europa Oriental, acabando en una gran celebración por haber adelantado en un año la producción prevista. La construcción de complejos de industria pesada en toda la geografía con los asentamientos para los obreros, suscitaron el segundo debate urbanístico sobre las características y la organización de la ciudad socialista, tras un primer debate relacionado con la electrificación masiva y los supuestos económicos definidos por la NEP.

En pocos años fue convocada una multitud de concursos para planificar las nuevas ciudades industriales: Kuznetsk, Avtostroi en Nizni Novgorod, Magnitogorsk, Stalingrado, Jarkov, Kominternovsk, entre otros. Los grandes nombres de constructivismo ruso participaron en el debate entre los principios de urbanismo y desurbanismo y hubo mucho intercambio con la vanguardia europea; varios nombres importantes sobre todo en torno a Ernst May y a su “Brigada May” que trabajaba sobre Magnitogorsk, participaron en la planificación y construcción de las nuevas ciudades soviéticas.

La Ciudad Verde, sin embargo, era otra cosa. Se trataba de una ciudad satélite cerca de Moscú para 100.000 habitantes (o usuarios) que no se vinculaba directamente a los centros de trabajo. De hecho, todo lo contrario: su razón de ser era el descanso intensivo de los trabajadores y por tanto, interesaba su más extremo alejamiento de la industria. Se preveía un tipo de alojamiento temporal, una especie de segunda residencia intercambiable, unida por los centros de cultura y educación y grandes masas verdes.

La propuesta de Mélnikov fue posiblemente su proyecto más radical: la idea principal era asegurar la máxima calidad de sueño, planteando la ciudad como la máquina para dormir. Su elemento base eran las unidades residenciales de dormitorios colectivos, cada una para 4.000 personas, organizadas de tal manera que permitían un sueño profundo e ininterrumpido y cuyo diseño tendría que unir los conocimientos de médicos, músicos, arquitectos y otros técnicos. El problema de la clase obrera era el descanso. Las 8 horas de trabajo se alargaban sistemáticamente para cumplir o superar las cuotas de productividad establecidas por el plan. Había además el trabajo voluntario para la comunidad, horas de educación continua, reuniones interminables de las células políticas y sesiones de autocrítica que hacían desaparecer a las 8 horas libres además de alguna hora del sueño que también se reducía por la pérdida de tiempo en desplazamientos o abastecimiento. En la memoria del proyecto Mélnikov escribía: “Y ahora cuando oigo que nuestra salud necesita de alimentación, yo digo que no, que lo que necesita es sueño. Todos dicen que para descansar se necesita de aire, y yo digo nuevamente que no: sin sueño el aire es incapaz de restablecer nuestras fuerzas…”

El bloque –de tipo cuartel- consistía de dos alas unidas por el núcleo de comunicaciones y servicios mientras que los extremos de cada una son reservados para las áreas de control ambiental. Para hacer agradable y sobre todo funcional el sueño individual en un dormitorio colectivo, lo más importante era el aislamiento o el control acústico. Mélnikov planteó un trabajo interdisciplinar para contrarrestar los ruidos de gente entrando, hablando o roncando mientras los otros proletarios duermen. Se podían reproducir sonidos de la naturaleza, de hojas de árboles, lluvia fina o de olas del mar. También se reproducían piezas de música o lectura de libros si los sonidos naturales no daban resultado. Se controlaba la temperatura, la humedad y la presión del aire, se impulsaban aromas de bosques o prados, pero si todavía costaba conciliar el sueño, las camas, completamente mecanizadas se podían balancear suavemente. De esta manera el edificio actuaba en todos los niveles sensoriales: físico, psíquico, químico, térmico o mecánico. También las alas de los bloques tenían los forjados inclinados para optimizar la posición de los cuerpos que descansan. El absoluto control ambiental en el interior, como también el control del mecanismo del sueño permitía que los acabados sean totalmente transparentes y restablecer con la luz el ciclo natural del sueño.

Mélnikov calculó que la ciudad tendría 12 de estos bloques situados a lo largo del anillo perimetral, mientras que el interior se dividía en sectores de bosque, jardines y huertos, ciudad infantil, zoológico, sector público. El centro geométrico del círculo se destinaba al Instituto de la Persona, marcado en el plano con una estrella, donde los trabajadores recibían la educación ideológica. La Ciudad Verde tenía otras edificaciones con contenidos afines a la función general de descanso: estación de trenes que aprovechaba la gran cubierta de los andenes para convertirse puntualmente en sala de conciertos, hotel con pabellones turísticos y bloques de viviendas para los empleados del centro. Estos bloques se pensaron como galerías públicas -o domésticas como las llamaba Mélnikov- de 200m de longitud donde en la planta baja se situaban las viviendas y en la planta primera los contenidos públicos: biblioteca, guardería, cafetería, etc. El hotel municipal, también de dos largas alas de habitaciones, proponía escalar en tres niveles el interior de cada habitación para permitir un asoleamiento total y una ventilación óptima del espacio interior. Se llegó a construir una habitación a escala 1:1. Mientras que las galerías públicas y el hotel tenían un diseño similar y racionalista, los pabellones turísticos – uno cónico y otro en forma de pirámide invertida- recordaban a las formas de su pabellón de París de 1925 o del proyecto para el faro dedicado a Cristóbal Colón, también de 1929.

La Ciudad Verde de Mélnikov toca el límite de la distopía en el punto donde plantea que una estructura superior -el estado- pueda llegar a colectivizar y controlar el sueño, el último reducto de la individualidad que quedaba tras la total ocupación y organización del tiempo libre. El uso de la mecánica y la tecnología para dar forma a la vida diaria, hasta para imponerla a la naturaleza y a la humanidad fue la obsesión de las primeras décadas de la URSS, que acompañaba a la ilusión de un desarrollo industrial explosivo. La arquitectura del constructivismo formaba parte importante del imaginario mecanicista, sobre todo los trabajos adscritos al grupo OSA. Melnikov es el constructivista más conocido en el occidente precisamente porque no lo era del todo. Su pensamiento, en un tiempo próximo al grupo ASNOVA de Ladovsky y Golosov, exploraba las implicaciones psicológicas y perceptivas de la arquitectura. Su funcionalismo se basaba en la expresividad de la forma –de los volúmenes en movimiento- y en la graduación de las apreciaciones tanto de la arquitectura nueva como de la histórica. Por parte de sus oponentes contemporáneos, Mélnikov a menudo era tildado de formalista, la mayor descalificación en la arquitectura (y cultura en general) soviética. La posición a medio camino entre el constructivismo y el academismo lo marginó, primero de la enseñanza en Vjutemas y después de la práctica profesional, en un momento histórico en el que los matices no tenían suficiente fuerza de persuasión.

Más que una solución para un barrio de descanso, la Ciudad Verde de Mélnikov puso de relieve las carencias de la calidad de vida individual de las ciudades proyectadas desde la funcionalidad y la eficiencia. La máquina para dormir fue una manera de decir que el bienestar psicológico tenía la misma importancia para el individuo (o para el proletario) que el bienestar físico. Por encima de la abundancia del aire limpio, de los árboles y de la luz natural, había que hacer un esfuerzo profesional para añadir las calidades: olores, temperatura o humedad, colores e intensidad, sonidos y silencio.

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Alberto Mengual

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