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Arquitectura cisterciense

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Arquitectura cisterciense

La arquitectura cisterciense es un estilo de arquitectura asociado con las iglesias, monasterios y abadías de la Orden Cisterciense influenciada por el abad Bernardo de Claraval (fallecido en 1153), quien creía que las iglesias debían evitar la ornamentación superflua para no distraer la atención de la oración. La arquitectura cisterciense era sencilla y utilitaria. Aunque se permitían algunas imágenes de temas religiosos, como el crucifijo , estaban prohibidas las figuras elaboradas comunes en las iglesias medievales.

Su estilo se inscribe en el final del románico, con elementos del gótico inicial, lo que se ha llamado "estilo de transición". Posteriormente se construyeron abadías en estilos renacentista y barroco.

La Orden, siguiendo la Regla de San Benito, observa el aislamiento y la clausura, por lo que esta arquitectura se desarrolla en construcciones interiores para el uso de los monjes: iglesia, claustro, refectorio o Sala Capitular. Estas dependencias se encuentran dispuestas generalmente de la misma manera en todas sus construcciones.

La estética del Císter

La estética del Císter procuró desde los orígenes de la orden la búsqueda de una pobreza absoluta, o lo que es lo mismo, que no existiese ninguna forma de riqueza. Esto supone la antítesis de la orden de Cluny, cuyas construcciones eran grandiosas.

En 1124, Bernardo escribió Apología a Guillermo, una fuerte crítica a lo que él consideraba los excesos de la orden de Cluny. En este escrito, Bernardo reprendió duramente la escultura, la pintura, los adornos y las dimensiones excesivas de las iglesias de los cluniacenses. Partiendo del espíritu cisterciense de pobreza y ascetismo riguroso, llegó a la conclusión de que los monjes, que habían renunciado a las bondades del mundo, no precisaban de nada de esto para reflexionar en la ley de Dios.

Los argumentos que empleó en su Apología son los siguientes:

  • Sobre las pinturas y los adornos, los rechazó en los monasterios y los justificó en las parroquias. Estas son las razones que expuso: Muéstreles un cuadro hermoso de algún santo. Cuanto más brillantes son los colores, mas santificado les parecerá a ellos. Hay más admiración por la belleza que veneración por la santidad. Así las iglesias se adornan. Vemos los candelabros de bronce grandes, maravillosamente labrados. ¿Cual es el propósito de tales cosas? ¿Ganar la contrición de penitentes ó la admiración de los espectadores? ¿Si las imágenes sagradas no significan nada a nosotros, por qué no economizamos por lo menos en la pintura?. Convengo. Permitamos que esto se haga en iglesias porque si es dañoso para el inútil y codicioso, no lo es para el simple y el devoto.
  • Rechazo de las esculturas en los monasterios. Argumentó: ¿Pero en los claustros, dónde los hermanos están leyendo, qué son esas monstruosidades ridículas...mitad-hombres, tigres rayados, soldados que luchan y cazadores soplando sus cuernos....así que... tan maravillosas son las varias formas que nos rodean que es más agradable leer el mármol que los libros, y pasar el día entero con estas maravillas que meditando en la ley del Buen Señor.
  • Rechazo de iglesias suntuosas en los monasterios. Sobre las iglesias de la orden de Cluny, lamentó su altura excesiva, su longitud y su anchura desmesuradas.
  • Rechazo de las riquezas en los monasterios porque no son necesarias y porque las precisan los pobres. Empleó esta argumentación: Pero los monjes que han renunciado a las cosas preciosas y encantadoras de este mundo para entregarse a Cristo. ¿Estamos buscando dinero o más bien beneficio espiritual? Todas estas vanidades costosas pero maravillosas, inspiran a la gente a contribuir con dinero más que a rogar y rezar. Visten a la iglesia con piedras de oro y deja a sus hijos ir desnudos. Los ojos de los ricos se alimentan a expensas del indigente. ¿Finalmente, son buenas tales cosas para los hombres pobres? ¿Y para los monjes, los hombres espirituales?

La crítica feroz que realizó Bernardo, burlona y apasionada, se desplegó sobre dos ejes. En primer lugar, la pobreza voluntaria: estas esculturas y adornos eran un gasto inútil; despilfarraban el pan de los pobres. En segundo lugar, un místico como él que buscaba permanentemente el amor de Dios, rechazaba también las imágenes en nombre de un método de conocimiento: las figuraciones de lo imaginario dispersaban la atención, lo apartaban de su único fin legítimo, encontrar a Dios a través de la Escritura.

Para Bernardo, la estética y la arquitectura debían reflejar el ascetismo y la pobreza absoluta llevada hasta un desposeimiento total que practicaban a diario y que constituía el espíritu del Císter. Así terminó definiendo una estética cisterciense cuya simplificación y desnudez pretenden transmitir los ideales de la orden: silencio, contemplación, ascetismo y pobreza.

La estética se concretó en la construcción en piedra de las dos primeras abadías, Claraval II y Fontenay con intervención decisiva de Bernardo. Él fue el inspirador de ambas construcciones, de sus soluciones formales y de su estética.

La abadía cisterciense

Todas las abadías cuentan con un programa y distribución similar a través de lo que denominan programa tipo que se aplicó en la construcción de todos los nuevos monasterios con la iglesia orientada en la dirección este-oeste con cabecera al este; el claustro adosado a la iglesia; el ala este del claustro dedicado a dependencias de los monjes con la sala capitular en la planta baja y dormitorio en la planta primera con dos escaleras, una que baja al interior de la iglesia y la otra al claustro; en el ala del claustro contraria a la iglesia se disponía el refectorio y la cocina; en el ala oeste (normalmente, con acceso independiente del claustro), un edificio de dos plantas se destinaba a los conversos y almacenes con acceso independiente a la parte trasera de la iglesia.


Iglesia

La iglesia es el edificio más importante de la abadía, de uso exclusivo de las comunidades de monjes y conversos. Por ello no hay una fachada principal por donde entran los creyentes a la iglesia.

Las características de estas iglesias son:

  • Nave central con bóvedas de cañón apuntadas (en el periodo inicial, románicas) o bóvedas de crucería ligeramente ojivales con Nervadura‏‎s y ventanas laterales( en el segundo periodo, góticas).
  • Dos naves laterales de menor altura que sirven como contrafuertes de la bóveda de la nave central.
  • Una cornisa suele recorrer longitudinalmente la base de la bóveda.
  • Pilares cruciformes con pilastras circulares embebidas que se prolongan, una hasta el arco fajón de la bóveda de la nave central, otras dos en los arcos formeros y la cuarta en la nave lateral.
  • Las pilastras circulares de la nave central, frecuentemente, se interrumpen antes de llegar al suelo en una ménsula.
  • Alzados de la nave central de un solo piso con arcos formeros.
  • Coro plano con ventanas en el Arco testero (inicialmente), luego aparecerían también los circulares.
  • Transepto con otros cuatro coros secundarios planos (donde los otros monjes-sacerdotes celebraban su misa diaria).
  • Iluminación monocroma, normalmente blanca.


Claustro

El claustro es el centro de la vida monástica y desde el mismo se accede a todas las dependencias de los monjes. Se trata de una galería cubierta, que hace el perímetro de un cuadrado de 25 a 35 metros de lado y se abre interiormente a un patio central mediante una arquería corrida.

Las bóvedas, inicialmente, fueron de cañón apuntado, pasando despues al modelo gótico, de arcos ojivales y bóvedas de crucería.

La galería, inicialmente, fueron arcos de medio punto, agrupados de dos en dos bajo arcos de descarga con contrafuertes. Posteriormente, se empleó el arco gótico y las agrupaciones fueron de dos, tres o cuatro arcos por arco de descarga.

Los capiteles son muy sencillos, normalmente con un motivo vegetal ya que la orden no permitía esculturas.

Sala capitular

Desde el lado este del claustro se accede a la Sala Capitular en planta baja.

La sala es cuadrada y su bóveda es de crucería de medio punto, con nervaduras que nacen en cuatro pequeñas columnas centrales y en ménsulas distribuidas por las paredes laterales. Esta bóveda clásica cisterciense se repite en otras estancias y es una de las características de estos monasterios. La circunstancia de que sea una bóveda muy baja permite contemplar los detalles de forma próxima, como si se tratara de una cripta.

El terminar los arcos en una ménsula en el muro es una técnica profusamente empleada por la arquitectura cisterciense. De esta forma conseguían dar a la bóveda algo menos de anchura y simplificaban su construcción. Estas ménsulas se encuentran en todas las estancias. En cada monasterio hicieron su ménsula distintiva, particularizándola en la terminación inferior mediante un adorno sencillo.


Dormitorio de los monjes

La Regla huye de la desnudez y del aislamiento de los monjes, por ello propugna un dormitorio comunitario y vigilado. Para ello construyeron una larga sala donde dormían todos juntos, en un primer piso con el fin de evitar humedades. Normalmente, tenía en un extremo el acceso al transepto de la iglesia por la escalera de maitines y en el extremo opuesto el acceso a las letrinas, en el suelo, y por un sencillo hueco se accedía a la escalera del claustro.

Lavatorio

El agua en la Edad Media tenía una simbología especial: el agua del bautismo representa la purificación y el renacimiento espiritual de la persona nueva y cristiana, el agua del Génesis es el origen del mundo, la fuente de la vida significaba la inmortalidad.

El abastecimiento de agua de la abadía era doble: para el desagüe de letrinas, usos agrícolas e industriales, se desviaba parcialmente el curso del río de forma que pasase por un extremo del monasterio; para el agua de boca y el uso litúrgico, se canalizaba agua pura de un manantial cercano hasta el lavatorio, mediante instalaciones hidráulicas de cierta complejidad para conservar la presión.

La fuente se encuentra en un pequeño pórtico cubierto, adosado al claustro, enfrente del refectorio. Según el programa de la Orden debía ser una construcción muy simple y de aspecto agradable. Resulta un pequeño templete donde se aprecia a escala reducida bóveda, arquerías, contrafuertes y fachadas.

Refectorio

En el plan cisterciense, el refectorio y la cocina se sitúan en el ala del claustro contraria a la iglesia, la zona destinada a cubrir las necesidades fisiológicas (igual que el lavatorio ó las letrinas). Tiene una disposición perpendicular al claustro.

La regla establece que se coma en silencio escuchando al lector, que leía desde un púlpito textos sagrados, lo cual daba mucha similitud con los oficios de la iglesia. De hecho, los cistercienses trataron arquitectónicamente esta sala de forma parecida a una iglesia. En el refectorio de la Abadía de Huerta se comprueban las características de otros comedores cistercienses:

  • Nave única bastante alta.
  • Bóveda de crucería ojival.
  • Ménsulas en los muros de comienzo de los arcos.
  • La escalera embebida en el muro y el púlpito del lector.
  • Ventanas en el muro de cabecera.
  • Iluminación blanca.


Otras salas

Del resto de dependencias de los monjes, hay que destacar el Scriptorium. En él, los monjes copiaban los libros sagrados y otros textos latinos. El responsable del cuidado de los libros del monasterio era el monje llamado Chantre y el lugar donde los guardaban, era el armarium, que estaba en el claustro junto a la entrada de la iglesia.

Los conversos habitaban el edificio oeste del claustro, casi simétrico del de los monjes. También era de dos plantas, en la inferior estaba su refectorio y los almacenes, en la superior su dormitorio y sus letrinas.

En el monasterio había otras dependencias: la fragua, el molino, la enfermería, la hospedería, la portería, etc.

Fuera del monasterio, las granjas de los conversos eran grupos de construcciones para las labores agrícolas e industriales.

Todas estas dependencias se construían con técnicas parecidas. Es habitual encontrar estancias alargadas, con una fila de columnas en el centro y bóvedas de crucería o de cañón apuntadas, similares a las empleadas en la sala capitular.

Exterior

En la arquitectura exterior también prevalece la sencillez.

Los cistercienses tenían prohibidas las torres en las iglesias, sólo estaba permitido un linternón para las Campanas que apenas sobresalía de la cubierta de la nave. La falta de un elemento tan señalado en la arquitectura exterior de una iglesia causa extrañeza.

Otra de las características de estas construcciones, igual que en los edificios románicos, son los contrafuertes de las bóvedas. Estos elementos exteriores verticales se repiten rítmicamente y dividen el edificio en módulos iguales.

También, como se ha comentado anteriormente, las fachadas de las iglesias no las destacaban, ya que los monjes y conversos entraban a la iglesia por puertas interiores.

Todos los edificios de la abadía estaban rodeados por un muro, tal como señalaba la descripción de la Jerusalem celestial del Apocalipsis. Sin embargo, los cistercienses no adoptaron las doce puertas que se mencionan en la ciudad celestial.

Difusión de la arquitectura cisterciense

Nos referimos a las abadías medievales que se construyeron durante el siglo XII y el siglo XIII. En el siguiente siglo XIV, solo se subsistió: la Guerra de los Cien Años, de 1328 a 1453, asoló el campo y las abadías, mientras que la peste negra acabó con un tercio de la población europea. A partir de 1427 comenzó la decadencia de la orden con la fragmentación en Congregaciones nacionales, desapareciendo la uniformidad de la orden.

El final del siglo XIII coincidió con la máxima difusión de la orden, unas 700 abadías. Desde entonces, las abadías que se destruían eran muchas más que las que se fundaban. Así en 1780, antes de la Revolución Francesa, se habían fundado un total de 54 más, sin embargo fueron destruídas en este tiempo del orden de 350 por diversos motivos, quedando por tanto solo unas 400.

De estas 700 abadías distribuidas por Europa a finales del XIII es preciso descontar dos grupos numerosos de estética no cisterciense:

  • Las congregaciones enteras que se afiliaban al Císter, como la orden de Savigny, que se incorporó con 29 abadías. También hay casos de benedictinos y cluniacenses.
  • Las abadías de mujeres que se unían al Císter a partir del siglo XIII,. Eran muy abundantes en Alemania y en los Países bajos. Se convirtieron en centros piadosos de la clase alta. Muchas de ellas fueron fundadas por reinas. Muy pocas de estas construcciones se incluyen en el grupo de las propiamente cistercienses.

A finales del XIII, La orden estaba presente en todos los países de Europa Occidental. Francia, cuna de Císter, tenía el mayor número con unas 244 abadías. Le seguían Italia con 98, el Sacro Imperio Romano Germánico con 71, Inglaterra con 65 y España con 57. Las restantes se distribuían entre Países Bajos, Polonia, Suecia, Austria, Chequia, Hungría, Portugal e Irlanda.


Referencias

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